lunes, 11 de agosto de 2008

No importa lo que digas, sino quién seas

Alguna vez escuché a una amiga despotricar por el crimen terrible de un tipo que no había hecho más que acompañarla hasta la casa. "¡Qué pesado! Después de la fiesta me llevó en su auto. Yo le dije que no era necesario, pero no me lo podía sacar de encima". Meses después, para sorpresa mía, escuché a la misma chica hablando de lo cortés que era otro, con el que había salido, porque había tenido la delicadeza de ofrecerle su compañía hasta su departamento, a pesar de la lluvia. Por lo visto, me dije, a las mujeres no les importa qué es lo que hacemos, sino quién lo hace. Con el tiempo, comprobé que esta cuestión no se acota al mundo femenino.

Hace algunos años, unos cuanto ya, asistía a terapia en mi obra social. Todos los miércoles al mediodía, me sentaba en una sala de espera compartida de muchos profesionales de la salud y esperaba a que mi psicóloga asomara su cabeza desde el consultorio 6 y me indicara que pasara. En el 7, había un psiquiatra; en el 8, un oculista; etc. Así, los locos, los miopes, los cariados, los cardíacos y las embarazadas, compartíamos sillones sin otra diversión que la de mirarnos las caras los unos a los otros, porque no había ni siquiera una revista para hojear y matar el tiempo.

Un día llegué y una anciana comenzó una conversación:

Anciana:
¿Hay mucho lío afuera?

Yo:
No tanto. La 9 de Julio está cortada, por la manifestación,
pero se puede caminar entre ellos o a través
de ellos.

Los viejos sienten que tienen derecho a entablar diálogos, aunque generalmente monólogos, con cualquier persona. Esta vez no fue la excepción:

Anciana:
¿Vos venís a atenderte con el psiquiatra del 7?

Yo:
(con algo de fastidio, porque sabía que me
esperaba una charla tediosa y estaba algo cansado,
después de una larga mañana de trabajo)
No, con la psicóloga del 6.

Anciana:
Ah, yo no necesito de un psicólogo
y eso que pasaron cosas graves en
mi vida. Yo vengo a acompañar a un hombre.
Es ciego él. Ahora está con el psiquiatra.
Pero yo no. Yo siempre superé los problemas sola.
Y eso que tuve muchos en mi vida.
(Hizo una pausa, que fue más bien una tregua para
recomenzar con más entusiasmo)
Él se quiere casar conmigo. Pero yo no.

Yo:
(asentía solamente, ¿qué otra cosa podía hacer?)

Anciana:
No me quiero casar con él, porque en realidad
no estoy divorciada. Estoy separada solamente.
Ya tuve dos casamientos. Estoy separada
del segundo. Y la verdad, no quiero ni verlo.
No tengo ganas de ir a pedirle el divorcio.
Además, él, el ciego, es un hombre grande ya.
Imaginate si le pasa algo. La familia
puede pensar que yo lo liquidé.

Yo:
(sin decir nada, en mi pensamiento solamente)
¿Pero quién va a pensar que esta viejita
puede matar a alguien? Si el tipo se muere,
se muere. Estas cavilaciones son propias
de gente con demasiado
tiempo libre. Se vuelven paranoicos.
Creen que todos los quieren
atacar o que los van a acusar de un ataque.
¡Ay, ay! ¡Los viejos!

Anciana:
¿Vos cómo te llamás?

Yo:
(por fin una palabra)
Martín.

Anciana:
Ah, Martín. Como mi hijo.
Él está peleado ahora conmigo.
No me habla. Vive en EEUU.

En un momento dado, la charla se vio cortada por la irrupción de mi psicóloga. Despedí a la anciana.

Anciana:
Adiós, Martincito.

Me senté en mi silla de siempre y mi terapeuta se puso del otro lado del escritorio. No había divanes ni nada de este tipo en este consultorio. Sí una balanza a mis espaldas. Supongo que en otros horarios esa sala era ocupada por algún médico.

Psióloga:
(agachando su cabeza, hasta ponerla
casi a la altura del escritorio y mirándome
inquisidora)
¿Sabés con quién estabas hablando?

Yo:
No.

Psicóloga:
Con Yiya Murano. ¿Sabés quién es Yiya Murano?

Yo:
(Yiya Murano no había aparecido en
tantos programas de televisión como
en los últimos tiempos)
No.

Psicóloga:
Es la Envenenadora de Monserrat. Hace
como cuarenta años mató a unas amigas
porque les debía dinero. Estuvo como
veinte años en la cárcel.

En ese momento comprendí todo. Por eso la viejita pensaba que la familia podría pensar que ella era una asesina, simplemente porque era una asesina. Y a partir de este dato, la conversación tediosa se había transformado en excitante. ¡Había hablado con una mujer que con absoluta frialdad había puesto veneno en unas masas de unas amigas suyas y les había dicho: "coman, coman"!

Después de esa ocasión, cada vez que ingresaba en la sala de espera, la buscaba con la mirada. Si la encontraba, no era necesario hablarle. Yiya me saludaba y me contaba cosas de su vida.

Es curioso cómo el presente puede transformar el pasado y como una palabra cambia de significado según quién la pronuncie. Seguramente, si estas divagaciones las hubiera escrito otra persona, les parecerían mucho más interesantes. Les pido disculpas por ser quién soy.

12 comentarios:

Alejandra dijo...

Hola Martín, llegué desde lo de la Pelia.
Las conversaciones casuales pueden ser excitantes, banales, y hasta peligrosas. Mirá lo que te perdías si tu psicóloga no te contaba quién era la viejita densa.

Bea dijo...

La verdad, si es cierta la historia, no tengo por qué dudarla, es por lo menos, extraña.
Raro que no conozcas a Yiya, porque creo que hasta la Legrand la invitó.
Y hablando de invitación y ya que te visité , te invito a conocer mi página www.derechosysalud.com.ar
Saludos Martín. Bea

Martín dijo...

Beatriz, es cierto que Yiya estuvo con Mirtha (esto de hablar con los primeros nombres de los famosos da una famliaridad interesante), pero esto que conté ocurrió en 2000, mucho antes de sus apariciones.
Después voy a visitar tu sitio (no voy a ser tan descortés de no devolver la gentileza)

Martín dijo...

Alejandra:
Sí, totalmente. Este episodio dio sentido a toda la terapia.

Martín dijo...

Beatriz, visité tu página y me gustó. Tengo que reconocer que soy algo escéptico y que no creo demasiado en la lucha. De todos modos, supongo que también es correcto que mi escepticismo no exceda los límites de mi persona. Este hecho permite que el mundo siga girando sobre su eje, así que te felicito y te aliento a que sigas intentando transformar las cosas.
Saludos.

Claudio G. Alvarez Tomasello dijo...

Martín: No lo puedo creer... Yo la conocí cuando hacíamos un taller literario en el departamento de al lado del ciego en cuestión. Era en Constitución.
Todo un personaje.
Ahora cierra todo, ¿no?

Anónimo dijo...

lo imperdonable (?) es que no la hayas conocido de nombre siquiera

yiya es una institución, un ícono serial killer pop

como barreda, casi

excelente texto.

Martín dijo...

Circe: Sí, demasiado mal informado. Pero si hubiera sido de otra forma, el relato habría tenido menos suspenso. Los dioses permiten que seres distraídos como yo deambulen por el mundo, para que Hitchcock pueda lucirse al describirlos. La macana es que él se lleva toda la gloria y yo ni enterado. ¿Quién es Hitchcock? ¡Qué barbaridad, cómo se llenó el cielo de pájaros!

Monica dijo...

Bueno,yo la vi por TV o en los diarios,pero no era una mujer que impactara ni tenía una personalidad o físico muy notable.
Seguro que yo también me hubiese puesto a charlar sin reconocerla.Aunque si era medio plomo,yo soy rápida para levantar el muro del mutismo selectivo.
No deja de ser una experiencia extraña.
Y justo en ese lugar!
Sobreviviste a la envenenadora y su charla de cianuro vocalizado.
Que no es poco.

Arle dijo...

Me dio miedito el
"chau, Martincito"
yo que vos cambio de psicóloga

Martín dijo...

Arlequincita: Bueno, me dieron el alta y, sólo por eso, ya no frecuento a mis viejas amigas.

Bea dijo...

Yiya, evidentemente tiene una necesidad de comunicarse terrible, muchos de mis contactos la tienen como amiga en fb y dicen que es divertida. A mi me pidió varias veces que la acepte,la gente da sorpresas es cierto.