lunes, 2 de marzo de 2009

Del Extintor de Culpas

Ecuménico Almada pisó por primera vez el pasto de Plaza Francia, arrastrando un banquito plegable y quejándose del calor. Ubicó su asiento en donde su figura sintió el amparo de las sombras y, luego de acomodarse, escribió su nombre y su oficio en un cartón: Ecuménico Almada, Único Extintor de Conciencias. El hombre era un anciano que se desplazaba con gracia excesiva, a pesar de la curvatura de su espalda, inclinada más por el peso de su cabeza descomunal, que por la inclemencia de los años. El tiempo le había sido favorable y con suaves caricias, lo había coronado de sabidurías entrecanas. Ecuménico podía caminar por una vereda recién baldeada y adivinar el lugar en el que se encontraban las baldosas flojas, vengadoras de los pantalones recién planchados. Conocía el lugar preciso en donde los vagones estacionarían sus puertas y, las tardes en las que el sol descansaba su calor sobre los pasajeros, lograba apoderarse de los últimos asientos vacíos, por obra de su habilidad. Parecía que los misterios del mundo se desentrañaban ante la mirada atenta de Ecuménico Almada y su experiencia le hizo conocer que iniciaba un negocio de prosperidad desbordante, mientras con su marcador negro desplegaba su letra prolija en el cartón:

- El mundo está lleno de culpas innecesarias - le explicó al primer curioso -. La gente sufre por cosas que no deberían preocupar a nadie. ¿Ve ahí? - estiró el dedo índice, haciendo desaparecer con ese gesto, las arrugas que se aferraban a su mano -. Tres de las siete personas que están sentadas en los bancos de madera, sufren un remordimiento absurdo. Tres individuos se condenan a sí mismos en forma simultánea, tres dolores su superponen debajo del ombú.

- ¿Y cómo sabe usted eso? - le preguntó el curioso.

- Mire, yo no lo obligo a creerme. Pero antes de que el sol alcance la cima de aquel árbol, esa señorita que mira el suelo, con la preocupación enroscada en el cuello, se levantará y saldrá corriendo con un sollozo en el rostro.

- ¿Por qué?

- ¿Sabe por qué? Porque no se sabe inocente. Porque nadie le habló de la clemencia de la justicia.

- Pero la justicia no debe ser clemente. La justicia debe limitarse a ser justa.

- ¿Qué está diciendo? Se nos echa sin preguntarnos en un mundo doloroso. Cierta partera nos arranca del vientre materno en medio de alaridos, mientras imponemos un sufrimiento indescriptible a quien nos da la vida. Yo, usted, todos, no somos más que un desgarro atroz. Los días pasan y los dolores se acumulan, se vuelven una posesión. La materia se deshace en nuestras manos. Un chico con una lupa achicharra a una hormiga, que se queda inmóvil, con las patitas de sombrero. Otro, le tira una piedra enorme a un sapo dormido. La espalda se le pone blanca y el chico le tira otra y después otra y otra y otra y la satisfacción le dibuja la boca y le excita el pecho. Cuando se le acaban las baldosas, cuando la espalda se vuelve roja, el chico se da cuenta de que el sapo quedó aplastado debajo de su morbo ingobernable. El pobre sapo, sin sacudirse su siesta, se vio arrebatado de la simplicidad de su vida. El pobre chico, sin sacudirse su insensatez, se espanta de sus propias manos batricidas. Los dos son víctimas de una piedra, el que la arroja y el que la recibe. Al fin de cuentas, ni el sapo ni el chico son responsables de que el mundo no disponga de piedras blandas como plumas.

- ¿Sabe qué difícil sería dar un paso si el suelo tuviera la inconsistencia de la pluma?

- Hombre, entiéndame la metáfora. No sea tan riguroso con mis palabras.

- No sé si no estoy siendo metafórico también yo, pero siga explicándose.

- El Cosmos no necesita ser juzgado, sino perdonado. No habría piedra sobre piedra si existiese la justicia. No tengo nada más que decir - y la mujer del banco de madera, se levantó y se fue corriendo, ahogando el disimulo de su llanto, aprisionándolo entre la cara y las manos y convirtiendo al primer curioso en el primer cliente.

La fama del anciano creció con rapidez. Miles de melancólicos hicieron cola junto al asiento plegable de Ecuménico. Los faroleros aseguran que, incluso por las noches, un sacerdote de la Iglesia del Pilar lo visitaba con frecuencia, ocultándose en la oscuridad, para no ser reconocido por ninguno de sus feligreses. Su tarea fue haciéndose cada vez más difícil, porque se le ofrecían casos de resolución cada vez más complicada, que ponían a prueba su agudeza:

- Yo soy creyente - dijo una vez un hombre de traje negro - y a su vez, político. Se dará cuenta de que no son compatibles mis actividades, porque el político no puede subsistir si no se permite ciertas licencias. En cuanto asumí el cargo, me vi obligado a cegarme ante miles de actos delictivos de mis compañeros de fórmula, para salvar al partido; de los miembros de otros partidos, para evitar enemigos innecesarios. Pronto, yo también me vi envuelto en actos non sanctos: me quedé con un dinero que no me correspondía, dinero que se hizo cada vez más frecuente y más cuantioso, inauguré hospitales que eran cáscaras vacías, envié a ciertos hombres poco simpáticos a apretar a mis enemigos e hice que esos mismos personajes protagonizaran desmanes en las manifestaciones de apoyo a mis opositores. Mi vida continuaba sin mayores sobresaltos. De hecho, mejoraba notablemente. Mis amistades aumentaban, a medida que mis propiedades se iban haciendo más numerosas. Mi familia se vio consentida y parecía más feliz. Por lo menos, cuando las veo, mis dos hijas adolescentes, se muestran contentas. No obstante, mi buen pasar no podía ser absoluto. La otra tarde, en uno de mis hospitales, una nena de cinco años falleció. Los médicos dijeron que no tenían el equipo necesario para atender su enfermedad, que no debió resultarle letal, en otras condiciones. Rápidamente evité que la prensa difundiera el hecho, lanzando billetes y amenazas en distintas direcciones. Pero, desde esa tarde, no logré conciliar el sueño. Recurrí a remedios caseros y luego visité a doctores eminentes, pero ni las ovejas ni la leche tibia ni los tranquilizantes lograron hacer que la imagen de la nena dejara de expulsarme a la vigilia una y otra vez. Un allegado me cometó que, tal vez, usted podría devolverme el buen dormir que siempre me caracterizó.

Ecuménico se sobresaltó por primera vez. ¿Estaría equivocado? ¿Acaso ciertos individuos merecían sentirse culpables? ¿Acaso algunas personas merecían no ser perdonadas ni perdonarse? Enseguida pensó en que, años atrás, el político se habría horrorizado de sus manos capaces de dar muerte a un sapo y se habría compadecido de otras hormigas, a quienes habría juzgado parientes de la achicharrada por la luz del sol. A la sombra, Ecuménico contemplaba las manos que se escapaban de ese traje negro, manos que tiempo atrás habrían buscado acariciar una cabellera femenina y se habrían enredado en esos terrenos indóciles y fascinantes. Habrían sido expulsadas y menospreciadas y alguna vez se habrían aferrado a un ataúd para transportar a un ser querido y se habrían sentido solas, frías e inconsolables. Pasado el tiempo se perderían bajo tierra. Las manos que no pueden evitar el dolor del sapo ni el propio, se desvanecerían entre las raíces de un árbol parecido al que albergaba a Ecuménico. Sin llegar a convencerse a sí mismo, el extintor de conciencias argumentó:

- Usted dice ser creyente. Entonces, pensemos lo siguiente. Un hombre que da la vida por su prójimo es bien recibido en el Reino de los Cielos. No es necesario ser un gran conocedor de la Biblia para llegar a esta conclusión. La misma divinidad se hizo carne para ofrecer el sacrificio de su cuerpo. Sin embargo, hay algo que nadie tiene en cuenta. Miles de bomberos se arrojan a las llamas, para que el fuego se aplaque con sus uniformes y no haga su víctima al Sr. Piromaníaco que inició el incendio por fumar en la cama. Pero la entrega del bombero, en realidad, no es tan grande. El bombero ofrece su cuerpo y salva, así, su alma. La desproporción es gigantesca. El dolor de treinta segundos no es comparable a la eternidad. Sin embargo, lo que usted hace es realmente loable. El número de aspirantes al Cielo es numeroso, pero, según tengo entendido, son pocas las vacantes. Usted se retira de la competencia de inmediato, hace todo lo posible para cederle su espacio a otra persona más afortunada. Su acto de entrega es mayor que el del bombero. Usted, al ser creyente, sabe que no le aguarda otro destino que el de la condenación y, consciente de ello, persiste en el mal y permite que otro se salve en su lugar.

«Ahora, si su manejo irresponsable de la vida es un acto de entrega metafísica, entonces, usted no merece la condena eterna. Si por su conducta, alguien gana una plaza celeste, por ese gesto, usted merece otra. No se haga problema, amigo. Usted, también está salvado".

El hombre de traje negro, emocionado ante la noticia y convencido de que el bienestar terreno se prolongaría después de su muerte, volvió a su casa y soñó que miles de camellos pasaban por el ojo de una aguja.

Ecuménico Almada siguió alivianando las espaldas de todos los que se le acercaban con sus inquietudes. Con el paso del tiempo, personajes más infames, más sinistros. Consoló a un profesor de literatura que lapidaba la autoestima de sus alumnos más brillantes, diciéndoles que sus creaciones eran simples y carentes de ingenio; consoló a un hombre que dejaba esparcida carne envenenada para dar muerte a las mascotas ajenas; consoló a un abogado que estafaba a sus clientes, quitándoles la casa con artimañas legales; consoló a un empresario que explotaba a sus empleados y les retrasaba indefinidamente el pago de sus sueldo miserable; consoló a una mujer que abandonó a un bebé en un tacho de basura; consoló a un individuo que surcaba las puertas de los coches con una llave; consoló a un hombre que golpeaba todas las noches a su esposa; consoló a un violador que pensaba entregarse a la policía.

Pero un tarde, el sol se escurría entre las hojas de los árboles y Ecuménico Almada imponía una desacostumbrada rectitud a su espalda, cuando un hombre se le acercó y le dijo:

- ¿Es correcto matar a un canalla?

Ecuménico le dijo que era correcto porque el mundo estaba colmado de dolores innecesarios. La tarea del hombre era reducir su cantidad y que si la existencia de una persona causaba sufrimiento a los demás, entonces, lo más juicioso era acabar con esa vida perniciosa. Tras ofrecerle estas explicaciones, agregó:

- Yo sé que usted viene a hacer prevalecer la justica por sobre la clemencia. Usted cree, y tal vez con razón, que mi actividad es monstruosa. Sólo le pido un favor. No falle el tiro. Ni usted ni yo seríamos felices si quedara paralítico.

El hombre sacó un arma del bolsillo y disparó tres veces antes de ponerse en fuga. Los tres disparos se alojaron en el cerebro y le quitaron la vida inmediatamente a Ecuménico Almada. Los artesanos están convencidos que el extintor de conciencias se llevó a la tumba un argumento infalible, que seguramente utilizó el día de su Juicio Final, para apenas salvarse de las llamas infernales.

17 comentarios:

Martín dijo...

Todos: Bueno, sigo con mucho trabajo, así que no les escribo nada nuevo, pero les pongo este cuento que es una parte de un proyecto que jamás concluyó (triste destino de casi todos mis proyectos). Esta historia salió publicada hace algunos años en una revista, pero no por méritos literarios sino por méritos sociales. Por aquellos tiempos mantenía una amistad con uno de los hacedores de esa publicación. No me molesta reconocerlo. Al fin de cuentas, probablemente sea más loable ser buen amigo que buen escritor.

Esta historia era una parte de un Bestiario de Plaza Francia, que contaría con diez alegres monstruos, pero sólo tres abandonaron la categoría de idea y alcanzaron la dolorosa condición de archivo Word. Este salto es más bien una caída, ya que en el camino se pierden muchas virtudes y se adquieren incontables vicios, si es que algunos griegos del pasado no nos han mentido.

Bueno, los dejo con este primer monstruo que, en realidad, es el tercero. Yo lo busqué algunas veces junto al cementerio o escondido detrás del ombú, pero con poco éxito. Me dirán ustedes si tienen algún testimonio que certifique (o quizás refute) su existencia.

Chioda dijo...

La verdad que debe ser uno de los cuentos que mas me gusto de los que escribiste (y eso ya es mucho). Asi que por lo menos yo, te reconozco los meritos literarios.

PiojoPromiscuo dijo...

si no sos sepulturero, me alegro que no te falte trabajo. Me gusto el cuento, lindo pa' plagiarlo, lastima que ya lo publicaste.

perdida dijo...

Sos un gran escritor Martín.
Siempre es un placer leerte.
Que buena historia y que bien contada!!!

Anónimo dijo...

Pero entonces con los psicólogos que hacemos?

Nuria K. dijo...

Ecuménico le dijo a su asesino que su futura acción (dispararle tres balas a su cabeza) sería correcta, sería justa. Hasta el último momento de su vida fue un verdadero "extintor de culpas". Ajenas y propias. Con sus últimas palabras se aseguró recibir las caricias del cielo. Desde allí, continúa realizando sus labores, para tranquilidad de muchos.
Me encantan tus historias y la forma en que son narradas. Gracias.

Martín dijo...

Chioda: Este cuento lo escribí hace como ocho años. Si es que realmente es el mejor, entonces estoy en franca decadencia. Por eso es que intento evitar los éxitos. Deberían abolir los toboganes.

Piojo: No, si vas a plagiar, elegí algo mejor. Podría darse el caso de un artista inseguro, que prefiera imitar estilos ajenos y mediocres y sienta vergüenza y esconda sus grandes méritos, destinados así a la desaparición.

Perdida: Muchas gracias. Mañana caminaré por la calle con pecho amplio. Los demás transeúntes no entenderán a qué se debe mi postura, pero yo sabré que recibí un elogio.

Jusamawi: Me gusta que me pelee un personaje (siempre y cuando no quiera emboscarme en una esquina oscura).

Coti: Probablemente fue un psicólogo el que liquidó a Ecuménico. Moraleja: es mejor no meterse con los sindicatos.

Nuria K.: Me pregunto si yo sería capaz de hacer un acto heroico como epílogo de mi vida. No, creo que mostraría mi cobardía en todo su esplendor.

Anónimo dijo...

Sabes que ni Ecuménico ni ninguno de tus personajes(aunque tú les llames monstruos) te emboscará ni te hara nada malo.Tan sólo piden libertad.Una vez creados exigen la libertad.Nacen en tu cerebro, pero crecen en tus lectores porque, admítelo, una vez puestos negro sobre blanco ya no son tuyos.Son nuestros.
Yo he decidido que Ecuménico siga vivo.Tiene aún mucho trabajo por hacer.

Enhorabuena por tu cuento. Es fantástico.

Arle dijo...

Ahhh Martín, guardé el post para leerlo con la tranquilidad que merece.
Qué gran peso, pobre Ecuménico, llegar al mundo con esa tarea titánica y febril.
Apuesto que todavía está argumentando, después de todos estos años, con San Pedro, sobre el significado de la Justicia.

Besos (muchos y variados)

Chioda dijo...

No dije que fuera el mejor, sino uno de los que mas me gusto. Hay desaparece el autor y aparece la subjetividad del lector y el bagaje que puede relacionar con el texto. Me parece que el personaje de Ecumenico es muy rico y que sus justificaciones son muy creativas y le dan el valor estetico al cuento.
Eso no significa que ahora escribas peor que hace ocho años.

Martín dijo...

Jusamawi: Bueno, pero creo que el personaje de un escritor paranoico (como en este caso, aunque el título de escritor me quede grande) debería acechar a su creador y, al menos, darle un buen susto.

Arlequincita: Un tipo capaz de encontrar un argumento para todo debe ser realmente insoportable. Supongo que lo echaron a patadas del cielo.

Chioda: No, ya sé. No me prestes demasiada atención, que hablaba en chiste (razón por la que prefieren no invitarme a los velorios, porque tengo poco sentido de la oportunidad para hacer una gracia).

Anónimo dijo...

Pero que bien escribis Martin, cada vez me gusta mas leerte, felicitaciones y gracias..mariaM

Anónimo dijo...

Imagina entonces lo que ocurrirá cuando todos tus monstruos decidan ir en tu busca.
"¿Qué autor podrá contar alguna vez cómo y por qué un personaje nació en su fantasía? El misterio de la creación artística es el mismo misterio del nacimiento. Puede ser que una mujer, amando, desee convertirse en Madre, pero el deseo por sí sólo, por más intenso que sea, no basta. Un afortunado día ella será Madre, sin advertir de manera precisa la concepción. De igual modo un artista, viviendo, recibe muchos motivos de la vida, y no puede jamás decir cómo y por qué, en determinado momento, uno de estos motivos vitales entra en su fantasía y se convierte en una criatura viva, en un plano de vida superior a la voluble existencia diaria".

Luigi Pirandello (Seis personajes en busca de un autor)

Anónimo dijo...

Muy bueno! hace mucho que no andaba por acá y me encuentro con dos post nuevos! que alegria.
Bueno, me voy a leer el otro.

Chioda dijo...

No dije que fuera el mejor, sino uno de los que mas me gusto. Hay desaparece el autor y aparece la subjetividad del lector y el bagaje que puede relacionar con el texto. Me parece que el personaje de Ecumenico es muy rico y que sus justificaciones son muy creativas y le dan el valor estetico al cuento.
Eso no significa que ahora escribas peor que hace ocho años.

Que bestia! Pido perdon y corrijo: Ahi desaparece el autor

Bea dijo...

Muy bueno,excelente. Aunque algunos no merecian el perdón te voy a ser sincera, para mi criterio. Como cuento en sí mismo, buenísimo.-

Martín dijo...

Bea: Yo promuevo el perdón solamente porque lo necesito. El ajusticiamiento del Cosmos probablemente me dejaría mal parado.

Al margen de todo esto, seré curioso: ¿quién te recomendó el blog? Porque tengo que mandarle un cheque y no sé a qué nombre ponerlo.