En un intento por lograr que estos textos le resulten agradables a un mayor número de lectores, decidí escribir un artículo múltiple (de algo tenía que servirme esto de tener muchas personalidades, disputándose constantemente el dominio de mi voluntad). Y supuse que la multiplicidad sólo era concebible a partir de los espejos. Quienes prefieran no perder tiempo en preliminares, pueden lanzarse directamente a la lectura del relato, saltear la bastardilla e internarse heroica o perezosamente en terrenos desconocidos. Aquellos que, en cambio, prefieran prepararse para la expedición, deberán leer estas instrucciones, de principio a fin.
Instrucciones para leer un texto múltiple
1) Los lectores que no tengan demasiado tiempo, podrán optar por leer sólo las palabras que están en negrita y bastardilla y continuar con sus vidas y sus asuntos personales de inmediato. Cabe aclarar que esta clase de lectores son los que se encuentran más alejados de mi estima.
2) Los lectores que estén aburridos o estén haciendo tiempo para salir del trabajo o, si son más afortunados, encontrarse con una señorita (un señor, en su defecto) podrán leer la historia completa y, luego, seguir sólo las palabras en negrita y bastardilla.
3) Los lectores que deseen buscar otro tipo de interpretaciones , luego de seguir al pie de la letras las sugerencias del punto 2), podrán pensar largamente en los espejos. Éstos son superficies pulidas que nos devuelven una imagen exactamente igual a nosotros, pero invertida. Hay algo que no se ajusta a la realidad en el reflejo: la derecha es la izquierda y el este es el oeste.
4) Los lectores que deseen toparse con explicaciones metafísicas deberán observar las instrucciones del punto 3) y pensar que Borges (siempre queda bien citarlo: cuando menciono su nombre en una pizzería, todos los comensales dan crédito a todo lo que digo, aunque sea una verdadera estupidez) en su libro Zoología fantástica cuenta que antiguamente el mundo de los espejos y el de la realidad estaban comunicados y uno no era copia del otro. Pero las huestes del otro lado del espejo invadieron la Tierra. El Emperador Amarillo logró vencerlos y, por medio de un conjuro, les impuso el castigo de repetir los actos originales que se producen de este lado, como si se tratara de una ensoñación. Sin embargo, es sabido que los enemigos se librarán de su letargo y atacarán nuevamente la Tierra, esta vez para vencer. Podremos conocer la inminencia de la invasión cuando encontremos diferencias en el reflejo, cuando veamos la sublevación del pez -o tal vez del tigre- y cuando logremos escuchar los estruendos de las armas.
5) Los lectores que se sientan aburridos por tanta explicación, podrán abandonar el blog de inmediato, si es que ya no lo hicieron.
6) Los lectores que ni siquiera hayan entrado en este blog podrán continuar con sus vidas, tal vez más felices que los condenados a leer estas palabras.
De espejos y reflejos
En Occidente nos cuesta bastante trabajo distinguir a dos orientales. Esta particularidad la conoce cualquiera que haya entrado a un supermercado y haya creído ver al mismo hombre a comienzos y a finales de una góndola. La facilidad con la que se reproducen los mismos rasgos en distintas caras nos conduce al desconcierto.
Pero, aunque normalmente no lo admiten, los nacido en Oriente también tienen dificultades para reconocerse. Es sabido que en Japón y en otros países aledaños la infidelidad no es condenada, simplemente porque a veces ocurre como producto de una confusión (nunca falta el turista que aprende el método e intenta aplicarlo en su tierra, generalmente con poco éxito). El concepto de identidad es considerado un mito por unos y una utopía por otros. Dos ojos, una nariz y una boca dispersos en un rostro de manera siempre original son considerados un derroche o una impericia de la naturaleza, que se esfuerza en hacer hermanos idénticos y fracasa, quizás por distracción.
De todas formas, existen 23 millones de peritos (en Oriente ésta es una cifra escasa), capaces de distinguir las mínimas diferencias entre dos personas. Se trata de profesionales con el metódico talento de mirar aquello que el ojo corriente no puede advertir. Generalmente trabajan en departamentos de policía, donde los identikits no tendrían ninguna utilidad si no fuera por su obstinada colaboración. El experto más eficiente de todos los tiempos se llamaba Xiao Liu y se exilió de Pekín por cuestiones de honor, según repetía con gesto melancólico a todo aquel que se lo preguntaba, mientras permitía que su atención se perdiera en el recuerdo y se negaba a dar más detalles:
- De mi país, sólo traje el presente. Mi pasado se quedó en China.
Se instaló en el porteño barrio de Flores, cuyo nombre le resultó siempre impronunciable hasta tal punto que en alguna ocasión se guardó dos flores en sus bolsillos, para mostrárselas a los taxistas y así indicarles, con menor esfuerzo, hasta qué barrio necesitaba ser transportado.
Con sus propias manos edificó un modesto supermercado con una habitación, una cocina y un baño en la planta alta. Los ambientes eran sumamente oscuros y húmedos, pero después de colgarles unas cortinas rojas con ideogramas amarillos, comenzó a llamarlos 'mi nuevo hogar'.
Su arte y sus destrezas no sirvieron de mucho en tierras de rostros obscenamente diferentes. Distinguir a Ecuménico de su gemelo era una tarea simple, porque Ecuménico, a diferencia de su hermano, había perdido el pelo con notable celeridad, lo que, a los ojos estirados de Xiao Liu, demostraba que el problema de la calvicie no era genético, sino de índole moral:
- Los pelados son personas inescrupulosas - afirmaba con sabiduría.
- ¡Eso incluiría al 70% de la población masculina! - le retrucaban personas de cabelleras exiguas.
- Por supuesto - sentenciaba Xiao Liu.
Una mañana, el despertador sonó con la naturalidad de siempre y el perito devenido en supermercadista, caminó los acostumbrados diecisiete pasos que separaban su habitación del baño. Se acomodó frente al botiquín mientras empuñaba el cepillo de dientes y conoció por primera vez el espanto. Cientos de diferencias le saltaban de la cara y Xiao Liu no pudo entender quién era ese extraño que lo contemplaba, con un horror semejante al suyo, pero completamente distinto.
Clausuró puertas y ventanas y se quedó agazapado en la oscuridad, después de destruir el espejo y correr a su habitación.
Los días pasaron y los vecinos del barrio de Flores, necesitados de leche y galletitas, se congregaron en la puerta del supermercado. Golpearon la cortina, pero no obtuvieron respuesta alguna.
El rumor del misterioso caso se difundió con rapidez y se instaló en lugares disímiles como el Centro Argentino de Yoga Yin y Yang. Sus miembros decidieron tomar cartas en el asunto e irrumpieron en el departamento de Xiao Liu. Primero se encomendaron al sol e inmediatamente después rompieron la puerta con un hacha. Lo encontraron acurrucado en un rincón. Hablaron con él e intentaron hacerlo entrar en razones. Le explicaron que el espejo siempre devolvía diferencias, pero no por malignidad, sino porque el tiempo nos imponía transformaciones. Novedosas arrugas surcaban nuestras caras, el pelo perdía su color, nuestros movimientos se volvía lentos y torpes y nuestra voz perdía su firmeza.
Xiao Liu reflexionó unos instantes. Hizo una pausa, en apariencia, interminable y finalmente se puso de pie. El presidente del centro de yoga lo contemplaba, satisfecho, hasta que el oriental se arrojó sobre él y sobre toda su comitiva, con una violencia inusitada, para expulsarlos de su departamento, al grito de que la revelación de ellos era mil veces más aterradora que la idea de que una imagen desconocida hubiera usurpado el lugar de su reflejo:
- ¡Ninguna noticia podría ser peor! - vociferó, mientras los practicantes de yoga intentaban lanzarse escaleras abajo, para ganar la calle y ponerse a salvo de la furia de Xiao Liu -. ¡La suplantación era horrorosa, pero tenía remedio! ¡El paso del tiempo, en cambio, es una fatalidad! ¡Monstruos! ¡Monstruos!
Xiao Liu jamás volvió a abandonar su habitación y, al poco tiempo, el barrio y el mundo entero terminaron olvidándose de él.
Instrucciones para leer un texto múltiple
1) Los lectores que no tengan demasiado tiempo, podrán optar por leer sólo las palabras que están en negrita y bastardilla y continuar con sus vidas y sus asuntos personales de inmediato. Cabe aclarar que esta clase de lectores son los que se encuentran más alejados de mi estima.
2) Los lectores que estén aburridos o estén haciendo tiempo para salir del trabajo o, si son más afortunados, encontrarse con una señorita (un señor, en su defecto) podrán leer la historia completa y, luego, seguir sólo las palabras en negrita y bastardilla.
3) Los lectores que deseen buscar otro tipo de interpretaciones , luego de seguir al pie de la letras las sugerencias del punto 2), podrán pensar largamente en los espejos. Éstos son superficies pulidas que nos devuelven una imagen exactamente igual a nosotros, pero invertida. Hay algo que no se ajusta a la realidad en el reflejo: la derecha es la izquierda y el este es el oeste.
4) Los lectores que deseen toparse con explicaciones metafísicas deberán observar las instrucciones del punto 3) y pensar que Borges (siempre queda bien citarlo: cuando menciono su nombre en una pizzería, todos los comensales dan crédito a todo lo que digo, aunque sea una verdadera estupidez) en su libro Zoología fantástica cuenta que antiguamente el mundo de los espejos y el de la realidad estaban comunicados y uno no era copia del otro. Pero las huestes del otro lado del espejo invadieron la Tierra. El Emperador Amarillo logró vencerlos y, por medio de un conjuro, les impuso el castigo de repetir los actos originales que se producen de este lado, como si se tratara de una ensoñación. Sin embargo, es sabido que los enemigos se librarán de su letargo y atacarán nuevamente la Tierra, esta vez para vencer. Podremos conocer la inminencia de la invasión cuando encontremos diferencias en el reflejo, cuando veamos la sublevación del pez -o tal vez del tigre- y cuando logremos escuchar los estruendos de las armas.
5) Los lectores que se sientan aburridos por tanta explicación, podrán abandonar el blog de inmediato, si es que ya no lo hicieron.
6) Los lectores que ni siquiera hayan entrado en este blog podrán continuar con sus vidas, tal vez más felices que los condenados a leer estas palabras.
De espejos y reflejos
En Occidente nos cuesta bastante trabajo distinguir a dos orientales. Esta particularidad la conoce cualquiera que haya entrado a un supermercado y haya creído ver al mismo hombre a comienzos y a finales de una góndola. La facilidad con la que se reproducen los mismos rasgos en distintas caras nos conduce al desconcierto.
Pero, aunque normalmente no lo admiten, los nacido en Oriente también tienen dificultades para reconocerse. Es sabido que en Japón y en otros países aledaños la infidelidad no es condenada, simplemente porque a veces ocurre como producto de una confusión (nunca falta el turista que aprende el método e intenta aplicarlo en su tierra, generalmente con poco éxito). El concepto de identidad es considerado un mito por unos y una utopía por otros. Dos ojos, una nariz y una boca dispersos en un rostro de manera siempre original son considerados un derroche o una impericia de la naturaleza, que se esfuerza en hacer hermanos idénticos y fracasa, quizás por distracción.
De todas formas, existen 23 millones de peritos (en Oriente ésta es una cifra escasa), capaces de distinguir las mínimas diferencias entre dos personas. Se trata de profesionales con el metódico talento de mirar aquello que el ojo corriente no puede advertir. Generalmente trabajan en departamentos de policía, donde los identikits no tendrían ninguna utilidad si no fuera por su obstinada colaboración. El experto más eficiente de todos los tiempos se llamaba Xiao Liu y se exilió de Pekín por cuestiones de honor, según repetía con gesto melancólico a todo aquel que se lo preguntaba, mientras permitía que su atención se perdiera en el recuerdo y se negaba a dar más detalles:
- De mi país, sólo traje el presente. Mi pasado se quedó en China.
Se instaló en el porteño barrio de Flores, cuyo nombre le resultó siempre impronunciable hasta tal punto que en alguna ocasión se guardó dos flores en sus bolsillos, para mostrárselas a los taxistas y así indicarles, con menor esfuerzo, hasta qué barrio necesitaba ser transportado.
Con sus propias manos edificó un modesto supermercado con una habitación, una cocina y un baño en la planta alta. Los ambientes eran sumamente oscuros y húmedos, pero después de colgarles unas cortinas rojas con ideogramas amarillos, comenzó a llamarlos 'mi nuevo hogar'.
Su arte y sus destrezas no sirvieron de mucho en tierras de rostros obscenamente diferentes. Distinguir a Ecuménico de su gemelo era una tarea simple, porque Ecuménico, a diferencia de su hermano, había perdido el pelo con notable celeridad, lo que, a los ojos estirados de Xiao Liu, demostraba que el problema de la calvicie no era genético, sino de índole moral:
- Los pelados son personas inescrupulosas - afirmaba con sabiduría.
- ¡Eso incluiría al 70% de la población masculina! - le retrucaban personas de cabelleras exiguas.
- Por supuesto - sentenciaba Xiao Liu.
Una mañana, el despertador sonó con la naturalidad de siempre y el perito devenido en supermercadista, caminó los acostumbrados diecisiete pasos que separaban su habitación del baño. Se acomodó frente al botiquín mientras empuñaba el cepillo de dientes y conoció por primera vez el espanto. Cientos de diferencias le saltaban de la cara y Xiao Liu no pudo entender quién era ese extraño que lo contemplaba, con un horror semejante al suyo, pero completamente distinto.
Clausuró puertas y ventanas y se quedó agazapado en la oscuridad, después de destruir el espejo y correr a su habitación.
Los días pasaron y los vecinos del barrio de Flores, necesitados de leche y galletitas, se congregaron en la puerta del supermercado. Golpearon la cortina, pero no obtuvieron respuesta alguna.
El rumor del misterioso caso se difundió con rapidez y se instaló en lugares disímiles como el Centro Argentino de Yoga Yin y Yang. Sus miembros decidieron tomar cartas en el asunto e irrumpieron en el departamento de Xiao Liu. Primero se encomendaron al sol e inmediatamente después rompieron la puerta con un hacha. Lo encontraron acurrucado en un rincón. Hablaron con él e intentaron hacerlo entrar en razones. Le explicaron que el espejo siempre devolvía diferencias, pero no por malignidad, sino porque el tiempo nos imponía transformaciones. Novedosas arrugas surcaban nuestras caras, el pelo perdía su color, nuestros movimientos se volvía lentos y torpes y nuestra voz perdía su firmeza.
Xiao Liu reflexionó unos instantes. Hizo una pausa, en apariencia, interminable y finalmente se puso de pie. El presidente del centro de yoga lo contemplaba, satisfecho, hasta que el oriental se arrojó sobre él y sobre toda su comitiva, con una violencia inusitada, para expulsarlos de su departamento, al grito de que la revelación de ellos era mil veces más aterradora que la idea de que una imagen desconocida hubiera usurpado el lugar de su reflejo:
- ¡Ninguna noticia podría ser peor! - vociferó, mientras los practicantes de yoga intentaban lanzarse escaleras abajo, para ganar la calle y ponerse a salvo de la furia de Xiao Liu -. ¡La suplantación era horrorosa, pero tenía remedio! ¡El paso del tiempo, en cambio, es una fatalidad! ¡Monstruos! ¡Monstruos!
Xiao Liu jamás volvió a abandonar su habitación y, al poco tiempo, el barrio y el mundo entero terminaron olvidándose de él.