Las puertas del bar se abrieron para dejar pasar una procesión compuesta por cinco personas que, arrastrando un despojo, se acomodaron en torno a una mesa e inmediatamente pidieron una ginebra al mozo. El despojo era Eleuterio Barbosa, horas después de ser abandonado por Milagros Lamarque. Una carta sobre la almohada con explicaciones insuficientes, los cajones y el placard vacíos como epílogo de aquella relación.
Los cinco amigos intentaban consolar a Eleuterio, incendiando su alma con bebidas espirituosas, pero él se mantuvo inclinado sobre la mesa, con la mirada flotando sobre un cenicero, mientras que sus curanderos se ponían cada vez más chispeantes:
- Hay cientos de mujeres en el mundo. La que se va, abre la puerta para la próxima.
- Claro. No vas a darle el gusto de ponerte triste - y el consejo que sirve tanto en el arte de la carpintería como en cuestiones amatorias -. Un clavo saca a otro clavo.
- Vayamos al Club Villa Antártida. Esta noche hay un baile. ¡Qué mejor que un baile para considerar otros destinos posibles!
Las horas fueron pasando y el alcohol y la inmodificable curvatura de la espalda de Eleuterio condujo a los cinco colosos por nuevos rumbos discursivos. Tras agotar una larga serie de consejos, permitieron que sus lenguas se afilaran y dieran comienzo a un ataque feroz contra la figura de Milagros Lamarque:
- ¡Qué forma es ésa de abandonar un hogar!
- ¡Una carta! ¡Una miserable carta!
- Y los armarios sin ropa, con las perchas tambaleando.
- ¡Esto no puede quedar así! ¡Vayamos a buscarla! ¡Exijamos una explicación! ¿Dónde puede estar?
- ¿Habrá ido a lo de su mamá? ¡La vieja vive cerca! ¡En diez minutos podemos estar en su casa!
- ¡Nadie va a buscar a Milagros! - resonó la voz de Eleuterio, mientras su cabeza se erguía por primera vez -. Vayamos al baile.
Seis personas - y no cinco - se pusieron de pie, abandonaron el bar y se lanzaron hacia la sanación que proporcionaría el Club Villa Antártida. Los héroes irrumpieron en la pista de baile, otrora cancha de básquet, testigo de volcadas épicas en el año 72, época en la que el club hizo historia al coronarse campeón interbarrial.
Tras una minuciosa inspección del lugar, descubrieron que la más bonita de la fiesta se escondía entre las sombras que caían de un lado y de otro, empujadas por las luces en rítmico movimiento. Eleuterio tuvo ganas de volver a su casa, pero sus amigos le impidieron la retirada. Le obstruyeron las salidas y cubrieron su retaguardia, invitándolo a avanzar hacia las penumbras. Se dejó conducir y entabló con la mujer una escueta conversación, un baile y el olvido de Milagros, que fue sepultada entre los recuerdos por el vigor irresponsable de las vivencias.
Tras saborear la victoria, en una madrugada inspirada, Eleuterio concibió un plan, que transmitió a sus amigos la noche siguiente. La estrategia podría considerarse absurda, pero sus camaradas no la rechazarían puesto que la irracionalidad era una práctica habitual en aquel grupo:
- Anoche comprobé cuánto más simple es obtener el éxito con el respaldo de un ejército. Sin la presencia de ustedes, el triunfo me habría resultado esquivo, pero si aunamos esfuerzos, la batalla se vuelve sencilla.
Tengo una propuesta para hacerles. Turnémonos. Conviértanse por cinco meses en mi fuerza de choque y yo me convertiré en soldado de cada uno de ustedes por períodos similares. Les aseguro que nada que deseemos nos será negado.
Los amigos meditaron durante un tiempo y estuvieron de acuerdo. Así, el 14 de noviembre las efemérides recuerdan la conformación del Regimiento 1 de Flores, que sin bandera ni uniforme, intentaría corregir las muchas injusticias que sufría su comandante.
La primera hazaña lograda por este grupo ocurrió algunos días más tarde. Eleuterio consideraba que ya era hora de hacer entrar en razones a su vecino, que imponía su música espantosa a todo el edificio hasta altas horas de la noche, con todo el poder de sus parlantes potenciados. La infantería se atrincheró en la escalera y Eleuterio, envuelto en una soledad aparente, tocó el timbre del departamento "8". El enemigo observó por la mirilla y preguntó:
- ¡Quién vive!
- Soy el vecino de arriba. Vengo a solicitarle que deponga la música o me veré obligado a forzarlo.
- ¿A quién vas a obligar? - dijo el hombre, después de analizar que, por el tamaño y el aspecto físico de Eleuterio, podría propinarle una verdadera paliza en cuestión de minutos. Abrió la puerta y se puso en guardia. Inmediatamente la tropa entró en acción. En conjunto, empujaron al vecino hasta el fondo de su living y arrojaron sus parlantes por la ventana, mientras entonaban Aurora (canto que probablemente no era adecuado para la ocasión, pero el fervor patriótico que los embargaba era un sentimiento incoherente y el único recuerdo similar, se remontaba a mañanas frías de un 25 de mayo, en el patio de la escuela).
Eleuterio, aplicando una logística similar, consiguió un ascenso en el trabajo, que el portero del edificio de al lado no baldeara la vereda a deshoras, que la compañía de teléfonos celulares se hiciera cargo de un error en la facturación, que los obreros de una construcción fueran más consideraros y llevaran a cabo sus tareas con el mayor silencio posible y que un colectivero abandonara el arte de ocultarse tras otro colectivo para no detenerse en la parada.
Los fines de este ejército personal y comunitario no eran altruistas. Las correcciones y reivindicaciones que impusieron no siempre fueron justas. Eleuterio solicitó ser acompañado a cada fiesta a la que fue invitado y el apoyo de su grupo le resultó siempre favorable. Una noche, propuso el asedio y conquista de una rubia de vestido rojo. Pero los combatientes recomendaron cambiar de objetivo e invadir los territorios hostiles de una morocha de ojos verdes, que parecía mucho más apetecible que la anterior y que se dedicaba a rechazar a todos los pretendientes que la requerían. Eleuterio se opuso en un primer momento y explicó ciertas cuestiones acerca de la cadena de mandos, del verticalismo propio de toda organización castrense y cuán atractiva consideraba a la rubia. Pero fueron tan firmes y convincentes las voces que elogiaron la geografía de la morocha, que Eleuterio terminó convencido de que la opinión de sus subordinados era la correcta. La morocha habría de ser más bonita y su preferencia por la rubia debía ser apenas un accidente, producto de su percepción distorsionada. Al fin y al cabo, su propio instinto e inspiración lo habían llevado a elegir muchas mujeres equivocadas.
Después de unos minutos de conversación, aceptó gustoso, y tuvo por primera vez en su vida la sensación de certeza absoluta. Sabía que su determinación era correcta, porque no se fundamentaba en su propio capricho débil y cambiante, sino en la base firme de una mayoría. Uno de sus amigos podría equivocarse. Pero la coincidencia en el error de todo el grupo, le resultaba mucho más improbable.
Así, la morocha, seducida por el poder de Eleuterio o intimidada por el grupo que lo acompañaba, se dejó conquistar con facilidad y el capítulo La arremetida en el baile, pasó a engrosar el registro histórico de las hazañas de esta tropa. Sin embargo, las buenas ideas no tardan en ser plagiadas. En breves minutos, otro individuo conformó una milicia improvisada compuesta de quince combatientes, cuyo objetivo fue la usurpación de la morocha que se dejaba enroscar por los brazos de Eleuterio. Cuando iniciaron su acometida, el Regimiento 1 de Flores consideró que la batalla sería demasiado desigual, por lo que tras un silbido y una serie de ademanes preestablecidos, la tropa llevó a cabo su primer repliegue táctico, que fue motivo de burla y escarnio durante los días posteriores.
Eleuterio entendió que si sus enemigos habían duplicado su estrategia, él debía fortalecerse para mantener su hegemonía. Entonces, se lanzó a la Plaza Pueyrredón para reclutar gente y extendió sus esfuerzos por distintos barrios de la ciudad. Después de largas jornadas de búsqueda y convencimiento, el ejército de Eleuterio alcanzó el número místico de setenta soldados, divididos en agrupaciones menores, cada una con un jefe convenientemente entrenado.
El desplazamiento de una tropa de setenta integrantes se convirtió en una verdadera inconveniencia. Tomar colectivos era una tarea dificultosa, que implicaba fraccionarse y, generalmente, llegar tarde a todos lados. Por ello, se decidió reducir el radio de acción a un máximo de treinta y tres cuadras.
La noche del 26 de febrero, ciento cuarenta piernas sincronizadas marchaban hacia un boliche de Caballito. Eleuterio ingresó en el local y se encontró con el mismo regimiento enemigo que le había arrebatado a la morocha de ojos verdes. Ella continuaba custodiada por el temido general:
- Eleuterio, intentemos recuperar a la morocha - dijo uno de sus amigos, tras evaluar el poderío de fuerzas propias y hostiles.
Eleuterio, amparado por el número, se dispuso a iniciar el ataque, cuando otro de sus jefes interrumpió:
- No, la morocha es lo menos importante en estos momentos. Dejemos de lado las cuestiones amatorias. Debemos limpiar nuestro honor y atacar al enemigo en un movimiento reivindicatorio a muerte.
Eleuterio quedó, pensativo, entre estas dos voces.
- No, están equivocados - dijo otro -. ¿Para qué gastar pólvora en chimangos, si en el noroeste hay una pelirroja de piernas interminables, muy superior a la morocha. Debemos ser inteligentes y prácticos. La batalla perdida, perdida está. Miremos hacia el futuro y ocupémonos de actos más sublimes.
- No, la pelirroja es mi hermana. ¡Con mi hermana no te metas! - soltó otro de los jefes.
- ¿Y por qué la conquista de la pelirroja es más sublime que la recuperación de la morocha?
- Porque la morocha es bonita en el plano terrenal. La pelirroja es metafísicamente perfecta.
- A mí no me gustan las coloradas.
- ¡Pero vos qué sabés!
- Si no podemos ponernos de acuerdo, vayamos a otro boliche.
- ¡Bueno, el que elige acá soy yo! - interrumpió Eleuterio - Yo también tengo mi criterio, ¿no?
- ¡No! Tu criterio es el que nos trae problemas. Si fuera por tu criterio, jamás se habría formado esta tropa y te hubieras escapado en la primera incursión en el Club Villa Antártida.
- ¡Pero quién da las órdenes acá! - respondió enojado Eleuterio, ante ese acto de insubordinación.
Todo su ejército lo rodeó:
- Las órdenes las das vos. Pero sabé que si no seguís mi consejo, te vas a convertir en mi enemigo. Y no sólo en mi enemigo. Hay muchos soldados que me acompañarán - explicó uno de los coroneles, mientras algunos reclutas asentían con la cabeza.
- También te vas a convertir en mi enemigo, si no me escuchás - agregó otro jefe, que no quería ceder terreno.
- En el mío también.
Eleuterio se quedó en silencio. Los jefes de las distintas facciones lo tomaron de sus miembros:
- ¡Vamos! ¡Decidí! ¿De qué lado estás?
Eleuterio no sabía qué contestar. Reconquistar a la morocha, se mostraba como una tarea interesante, pero vengar la afrenta parecía honroso y digno. Incursionar en nuevos territorios pelirrojos es siempre abrirse una puerta a un posible destino más prometedor, pero marchar hacia otro lugar y pacificar los ánimos era una opción juiciosa. Los jefes comenzaron a tironear de los brazos, de las piernas, del cuerpo de Eleuterio. Un remolino de gente y violencia se formó a su alrededor. Un testigo sospechó que aquel revuelo podría derivar en una tragedia y llamó a la Comisaría 38. Dos patrulleros se hicieron presentes cuando los coroneles se disputaban la voluntad del general, tirando con todas sus fuerzas, cinchando hasta que el cuerpo de Eleuterio simplemente cedió y se despedazó.
- ¡Policía! ¡Nadie se mueva!
Los coroneles, cada uno con su despojo, se lanzaron hacia la salida empujando a bailarines y uniformados y huyeron en distintas direcciones. Las crónicas barriales registran que los miembros de Eleuterio fueron enterrados en distintos parques de la ciudad. El brazo derecho descansa en Plaza Francia. El brazo izquierdo en Plaza Once. Una pierna, tal vez la izquierda, en los Bosques de Palermo. La cabeza, en cambio, fue abandonada en el local. La Policía la encontró echada en el suelo y con una sonrisa amplia y sorprendente. Es probable que Eleuterio haya muerto feliz, tras abandonar la triste circunstancia de ser uno, flotando en la incertidumbre, para convertirse en múltiple y verdaderamente libre.
Los cinco amigos intentaban consolar a Eleuterio, incendiando su alma con bebidas espirituosas, pero él se mantuvo inclinado sobre la mesa, con la mirada flotando sobre un cenicero, mientras que sus curanderos se ponían cada vez más chispeantes:
- Hay cientos de mujeres en el mundo. La que se va, abre la puerta para la próxima.
- Claro. No vas a darle el gusto de ponerte triste - y el consejo que sirve tanto en el arte de la carpintería como en cuestiones amatorias -. Un clavo saca a otro clavo.
- Vayamos al Club Villa Antártida. Esta noche hay un baile. ¡Qué mejor que un baile para considerar otros destinos posibles!
Las horas fueron pasando y el alcohol y la inmodificable curvatura de la espalda de Eleuterio condujo a los cinco colosos por nuevos rumbos discursivos. Tras agotar una larga serie de consejos, permitieron que sus lenguas se afilaran y dieran comienzo a un ataque feroz contra la figura de Milagros Lamarque:
- ¡Qué forma es ésa de abandonar un hogar!
- ¡Una carta! ¡Una miserable carta!
- Y los armarios sin ropa, con las perchas tambaleando.
- ¡Esto no puede quedar así! ¡Vayamos a buscarla! ¡Exijamos una explicación! ¿Dónde puede estar?
- ¿Habrá ido a lo de su mamá? ¡La vieja vive cerca! ¡En diez minutos podemos estar en su casa!
- ¡Nadie va a buscar a Milagros! - resonó la voz de Eleuterio, mientras su cabeza se erguía por primera vez -. Vayamos al baile.
Seis personas - y no cinco - se pusieron de pie, abandonaron el bar y se lanzaron hacia la sanación que proporcionaría el Club Villa Antártida. Los héroes irrumpieron en la pista de baile, otrora cancha de básquet, testigo de volcadas épicas en el año 72, época en la que el club hizo historia al coronarse campeón interbarrial.
Tras una minuciosa inspección del lugar, descubrieron que la más bonita de la fiesta se escondía entre las sombras que caían de un lado y de otro, empujadas por las luces en rítmico movimiento. Eleuterio tuvo ganas de volver a su casa, pero sus amigos le impidieron la retirada. Le obstruyeron las salidas y cubrieron su retaguardia, invitándolo a avanzar hacia las penumbras. Se dejó conducir y entabló con la mujer una escueta conversación, un baile y el olvido de Milagros, que fue sepultada entre los recuerdos por el vigor irresponsable de las vivencias.
Tras saborear la victoria, en una madrugada inspirada, Eleuterio concibió un plan, que transmitió a sus amigos la noche siguiente. La estrategia podría considerarse absurda, pero sus camaradas no la rechazarían puesto que la irracionalidad era una práctica habitual en aquel grupo:
- Anoche comprobé cuánto más simple es obtener el éxito con el respaldo de un ejército. Sin la presencia de ustedes, el triunfo me habría resultado esquivo, pero si aunamos esfuerzos, la batalla se vuelve sencilla.
Tengo una propuesta para hacerles. Turnémonos. Conviértanse por cinco meses en mi fuerza de choque y yo me convertiré en soldado de cada uno de ustedes por períodos similares. Les aseguro que nada que deseemos nos será negado.
Los amigos meditaron durante un tiempo y estuvieron de acuerdo. Así, el 14 de noviembre las efemérides recuerdan la conformación del Regimiento 1 de Flores, que sin bandera ni uniforme, intentaría corregir las muchas injusticias que sufría su comandante.
La primera hazaña lograda por este grupo ocurrió algunos días más tarde. Eleuterio consideraba que ya era hora de hacer entrar en razones a su vecino, que imponía su música espantosa a todo el edificio hasta altas horas de la noche, con todo el poder de sus parlantes potenciados. La infantería se atrincheró en la escalera y Eleuterio, envuelto en una soledad aparente, tocó el timbre del departamento "8". El enemigo observó por la mirilla y preguntó:
- ¡Quién vive!
- Soy el vecino de arriba. Vengo a solicitarle que deponga la música o me veré obligado a forzarlo.
- ¿A quién vas a obligar? - dijo el hombre, después de analizar que, por el tamaño y el aspecto físico de Eleuterio, podría propinarle una verdadera paliza en cuestión de minutos. Abrió la puerta y se puso en guardia. Inmediatamente la tropa entró en acción. En conjunto, empujaron al vecino hasta el fondo de su living y arrojaron sus parlantes por la ventana, mientras entonaban Aurora (canto que probablemente no era adecuado para la ocasión, pero el fervor patriótico que los embargaba era un sentimiento incoherente y el único recuerdo similar, se remontaba a mañanas frías de un 25 de mayo, en el patio de la escuela).
Eleuterio, aplicando una logística similar, consiguió un ascenso en el trabajo, que el portero del edificio de al lado no baldeara la vereda a deshoras, que la compañía de teléfonos celulares se hiciera cargo de un error en la facturación, que los obreros de una construcción fueran más consideraros y llevaran a cabo sus tareas con el mayor silencio posible y que un colectivero abandonara el arte de ocultarse tras otro colectivo para no detenerse en la parada.
Los fines de este ejército personal y comunitario no eran altruistas. Las correcciones y reivindicaciones que impusieron no siempre fueron justas. Eleuterio solicitó ser acompañado a cada fiesta a la que fue invitado y el apoyo de su grupo le resultó siempre favorable. Una noche, propuso el asedio y conquista de una rubia de vestido rojo. Pero los combatientes recomendaron cambiar de objetivo e invadir los territorios hostiles de una morocha de ojos verdes, que parecía mucho más apetecible que la anterior y que se dedicaba a rechazar a todos los pretendientes que la requerían. Eleuterio se opuso en un primer momento y explicó ciertas cuestiones acerca de la cadena de mandos, del verticalismo propio de toda organización castrense y cuán atractiva consideraba a la rubia. Pero fueron tan firmes y convincentes las voces que elogiaron la geografía de la morocha, que Eleuterio terminó convencido de que la opinión de sus subordinados era la correcta. La morocha habría de ser más bonita y su preferencia por la rubia debía ser apenas un accidente, producto de su percepción distorsionada. Al fin y al cabo, su propio instinto e inspiración lo habían llevado a elegir muchas mujeres equivocadas.
Después de unos minutos de conversación, aceptó gustoso, y tuvo por primera vez en su vida la sensación de certeza absoluta. Sabía que su determinación era correcta, porque no se fundamentaba en su propio capricho débil y cambiante, sino en la base firme de una mayoría. Uno de sus amigos podría equivocarse. Pero la coincidencia en el error de todo el grupo, le resultaba mucho más improbable.
Así, la morocha, seducida por el poder de Eleuterio o intimidada por el grupo que lo acompañaba, se dejó conquistar con facilidad y el capítulo La arremetida en el baile, pasó a engrosar el registro histórico de las hazañas de esta tropa. Sin embargo, las buenas ideas no tardan en ser plagiadas. En breves minutos, otro individuo conformó una milicia improvisada compuesta de quince combatientes, cuyo objetivo fue la usurpación de la morocha que se dejaba enroscar por los brazos de Eleuterio. Cuando iniciaron su acometida, el Regimiento 1 de Flores consideró que la batalla sería demasiado desigual, por lo que tras un silbido y una serie de ademanes preestablecidos, la tropa llevó a cabo su primer repliegue táctico, que fue motivo de burla y escarnio durante los días posteriores.
Eleuterio entendió que si sus enemigos habían duplicado su estrategia, él debía fortalecerse para mantener su hegemonía. Entonces, se lanzó a la Plaza Pueyrredón para reclutar gente y extendió sus esfuerzos por distintos barrios de la ciudad. Después de largas jornadas de búsqueda y convencimiento, el ejército de Eleuterio alcanzó el número místico de setenta soldados, divididos en agrupaciones menores, cada una con un jefe convenientemente entrenado.
El desplazamiento de una tropa de setenta integrantes se convirtió en una verdadera inconveniencia. Tomar colectivos era una tarea dificultosa, que implicaba fraccionarse y, generalmente, llegar tarde a todos lados. Por ello, se decidió reducir el radio de acción a un máximo de treinta y tres cuadras.
La noche del 26 de febrero, ciento cuarenta piernas sincronizadas marchaban hacia un boliche de Caballito. Eleuterio ingresó en el local y se encontró con el mismo regimiento enemigo que le había arrebatado a la morocha de ojos verdes. Ella continuaba custodiada por el temido general:
- Eleuterio, intentemos recuperar a la morocha - dijo uno de sus amigos, tras evaluar el poderío de fuerzas propias y hostiles.
Eleuterio, amparado por el número, se dispuso a iniciar el ataque, cuando otro de sus jefes interrumpió:
- No, la morocha es lo menos importante en estos momentos. Dejemos de lado las cuestiones amatorias. Debemos limpiar nuestro honor y atacar al enemigo en un movimiento reivindicatorio a muerte.
Eleuterio quedó, pensativo, entre estas dos voces.
- No, están equivocados - dijo otro -. ¿Para qué gastar pólvora en chimangos, si en el noroeste hay una pelirroja de piernas interminables, muy superior a la morocha. Debemos ser inteligentes y prácticos. La batalla perdida, perdida está. Miremos hacia el futuro y ocupémonos de actos más sublimes.
- No, la pelirroja es mi hermana. ¡Con mi hermana no te metas! - soltó otro de los jefes.
- ¿Y por qué la conquista de la pelirroja es más sublime que la recuperación de la morocha?
- Porque la morocha es bonita en el plano terrenal. La pelirroja es metafísicamente perfecta.
- A mí no me gustan las coloradas.
- ¡Pero vos qué sabés!
- Si no podemos ponernos de acuerdo, vayamos a otro boliche.
- ¡Bueno, el que elige acá soy yo! - interrumpió Eleuterio - Yo también tengo mi criterio, ¿no?
- ¡No! Tu criterio es el que nos trae problemas. Si fuera por tu criterio, jamás se habría formado esta tropa y te hubieras escapado en la primera incursión en el Club Villa Antártida.
- ¡Pero quién da las órdenes acá! - respondió enojado Eleuterio, ante ese acto de insubordinación.
Todo su ejército lo rodeó:
- Las órdenes las das vos. Pero sabé que si no seguís mi consejo, te vas a convertir en mi enemigo. Y no sólo en mi enemigo. Hay muchos soldados que me acompañarán - explicó uno de los coroneles, mientras algunos reclutas asentían con la cabeza.
- También te vas a convertir en mi enemigo, si no me escuchás - agregó otro jefe, que no quería ceder terreno.
- En el mío también.
Eleuterio se quedó en silencio. Los jefes de las distintas facciones lo tomaron de sus miembros:
- ¡Vamos! ¡Decidí! ¿De qué lado estás?
Eleuterio no sabía qué contestar. Reconquistar a la morocha, se mostraba como una tarea interesante, pero vengar la afrenta parecía honroso y digno. Incursionar en nuevos territorios pelirrojos es siempre abrirse una puerta a un posible destino más prometedor, pero marchar hacia otro lugar y pacificar los ánimos era una opción juiciosa. Los jefes comenzaron a tironear de los brazos, de las piernas, del cuerpo de Eleuterio. Un remolino de gente y violencia se formó a su alrededor. Un testigo sospechó que aquel revuelo podría derivar en una tragedia y llamó a la Comisaría 38. Dos patrulleros se hicieron presentes cuando los coroneles se disputaban la voluntad del general, tirando con todas sus fuerzas, cinchando hasta que el cuerpo de Eleuterio simplemente cedió y se despedazó.
- ¡Policía! ¡Nadie se mueva!
Los coroneles, cada uno con su despojo, se lanzaron hacia la salida empujando a bailarines y uniformados y huyeron en distintas direcciones. Las crónicas barriales registran que los miembros de Eleuterio fueron enterrados en distintos parques de la ciudad. El brazo derecho descansa en Plaza Francia. El brazo izquierdo en Plaza Once. Una pierna, tal vez la izquierda, en los Bosques de Palermo. La cabeza, en cambio, fue abandonada en el local. La Policía la encontró echada en el suelo y con una sonrisa amplia y sorprendente. Es probable que Eleuterio haya muerto feliz, tras abandonar la triste circunstancia de ser uno, flotando en la incertidumbre, para convertirse en múltiple y verdaderamente libre.