En el primer piso de mi edificio hay un hombre que lleva a cuestas más de ocho pesadas décadas de vida. Supongo que es por eso que se le encorva la espalda y la cabeza se le asoma por la mitad del pecho. Vive en el departamento 5, con una alfombra gigante y tres perros pequineses con nombre de personas: Cristian, Toby y Pablo. Lo sé porque todas las mañanas sale a su patio y les grita a los tres animales para que se decidan a entrar e intenta convencerlos diciéndoles que la cama ya está lista:
- Cristian - y alarga las vocales, porque su lengua vieja se resiste a la celeridad o tal vez intenta detener el tiempo con ese ardid -, Pablo, Toby. ¡Porten bien! -. No sé por qué no agrega el pronombre al final, por qué no dice 'pórtense' como diríamos todos.
Los perros obedecen con relativa rapidez, pero yo me quedo pensando en el pronombre faltante y en la agramaticalidad de su orden y en cómo hacen caso los animales a pesar del error y sólo después de muchos esfuerzos consigo conciliar el sueño.
Entre las muchas decisiones que debe tomar una persona, está la de optar entre una alfombra y un animal, ya que juntarlos en un departamento trae consecuencias nefastas. Cuando los vecinos pasamos por el primer piso, apuramos nuestros pasos por la escalera (no tenemos ascensor) porque un olor nauseabundo se apodera de nosotros. Intenté distintos métodos para evitarlo. Contener la respiración es difícil, principalmente cuando se sube, porque los pulmones, urgidos de aire, obligan a uno a dar una bocanada en medio de la carrera por alejarse.
Alguien podrá pensar que estoy exagerando, que el aroma no puede traspasar paredes y ventanas. Pero cuando la temperatura supera los 25 grados, mi vecino abre las puertas de su departamento, como forma de suplir la inversión de un aire acondicionado. Y nosotros terminamos refugiados en nuestros hogares, tapando toda hendidura, resignados.
Pero esta no es la mayor inconveniencia. Nuestro carácter se transforma y la amabilidad nos abandona. Realmente me resulta difícil mantenerle la puerta abierta, cuando se acerca con su pesado bastón, y sonreír un buenos días y celebrarle su nueva distracción: ser el presidente del Consejo de Administración y permitirle al administrador injustificados aumentos de expensas cada dos meses.
Cuando uno nace tiene infinitas posibilidades. Potencialmente uno puede ser desde colectivero a astronauta. Pero la maduración nos lleva a tomar decisiones y toda decisión implica una renuncia. Estamos condenados a vivir una vida cuando aspiramos a vivirlas todas. Por eso toda elección es complicada. Cuando decido estudiar abogacía, renuncio a mi vocación de actor o viceversa. Si decido hablar con Malena, dejo de hacerlo con Patricia. Cada vela que se añade a la torta es una puerta que se cierra.
A los ochenta años el futuro no nos depara gran cosa y el presente nos permite solamente elegir la raza de los perros que nos harán compañía.
Lo peor de mi vecino es que sé que cuando se acumulen la cantidad suficiente de renuncias, cuando sea prisionero de mi pasado, yo también abriré mis puertas si tengo calor y no me importará el odio del resto del edificio, que se molestará cuando me postule como presidente del Consejo. Sé que el pobre viejo es un espejo que se anticipa y odio reconocerme en él.
Si sólo podemos elegir cuando somos jóvenes, entonces es prudente que vaya viendo ofertas de alfombras.
- Cristian - y alarga las vocales, porque su lengua vieja se resiste a la celeridad o tal vez intenta detener el tiempo con ese ardid -, Pablo, Toby. ¡Porten bien! -. No sé por qué no agrega el pronombre al final, por qué no dice 'pórtense' como diríamos todos.
Los perros obedecen con relativa rapidez, pero yo me quedo pensando en el pronombre faltante y en la agramaticalidad de su orden y en cómo hacen caso los animales a pesar del error y sólo después de muchos esfuerzos consigo conciliar el sueño.
Entre las muchas decisiones que debe tomar una persona, está la de optar entre una alfombra y un animal, ya que juntarlos en un departamento trae consecuencias nefastas. Cuando los vecinos pasamos por el primer piso, apuramos nuestros pasos por la escalera (no tenemos ascensor) porque un olor nauseabundo se apodera de nosotros. Intenté distintos métodos para evitarlo. Contener la respiración es difícil, principalmente cuando se sube, porque los pulmones, urgidos de aire, obligan a uno a dar una bocanada en medio de la carrera por alejarse.
Alguien podrá pensar que estoy exagerando, que el aroma no puede traspasar paredes y ventanas. Pero cuando la temperatura supera los 25 grados, mi vecino abre las puertas de su departamento, como forma de suplir la inversión de un aire acondicionado. Y nosotros terminamos refugiados en nuestros hogares, tapando toda hendidura, resignados.
Pero esta no es la mayor inconveniencia. Nuestro carácter se transforma y la amabilidad nos abandona. Realmente me resulta difícil mantenerle la puerta abierta, cuando se acerca con su pesado bastón, y sonreír un buenos días y celebrarle su nueva distracción: ser el presidente del Consejo de Administración y permitirle al administrador injustificados aumentos de expensas cada dos meses.
Cuando uno nace tiene infinitas posibilidades. Potencialmente uno puede ser desde colectivero a astronauta. Pero la maduración nos lleva a tomar decisiones y toda decisión implica una renuncia. Estamos condenados a vivir una vida cuando aspiramos a vivirlas todas. Por eso toda elección es complicada. Cuando decido estudiar abogacía, renuncio a mi vocación de actor o viceversa. Si decido hablar con Malena, dejo de hacerlo con Patricia. Cada vela que se añade a la torta es una puerta que se cierra.
A los ochenta años el futuro no nos depara gran cosa y el presente nos permite solamente elegir la raza de los perros que nos harán compañía.
Lo peor de mi vecino es que sé que cuando se acumulen la cantidad suficiente de renuncias, cuando sea prisionero de mi pasado, yo también abriré mis puertas si tengo calor y no me importará el odio del resto del edificio, que se molestará cuando me postule como presidente del Consejo. Sé que el pobre viejo es un espejo que se anticipa y odio reconocerme en él.
Si sólo podemos elegir cuando somos jóvenes, entonces es prudente que vaya viendo ofertas de alfombras.