miércoles, 6 de mayo de 2009

Del arte en la Paternal

Los vecinos de la Paternal sostienen que para ser artista, es necesario tener una vida tortuosa. La arquitectura de las calles hace que el pensamiento llegue inexorablemente a esa conclusión. Esta circunstancia puede parecer absurda (y probablemente lo sea), pero estudios científicos han demostrado que una misma persona tendrá ideas necesariamente contradictorias si lleva a cabo un análisis en San Cristóbal y en Constitución. El libro La geografía es mucho más que una montaña, escrito por el Dr. Guillermo Llorente, expone el caso de un hombre que vivía cerca de la estación de tren y que todas las noches decidía abandonar a su novia. A la mañana siguiente, cuando se dirigía a su casa para comunicarle su determinación, cambiaba de opinión en el preciso instante en que atravesaba la Avenida Entre Ríos. Hoy, la pareja sigue vigente y vive, un poco a disgusto, en el límite entre Balvanera y Monserrat y consideran dejarse o enlazar sus existencias para siempre cada vez que deciden comprar el pan en una u otra panadería.

Remigio Álvarez nació, vivió y planeó tener hijos y morir en la Paternal, por lo que sus apreciaciones artísticas estuvieron siempre teñidas por el curioso signo del barrio. De todas formas, en esas breves desatenciones del destino que los incautos llamamos libre albedrío, Remigio había conseguido convertirse en un verdadero extremista por voluntad propia.

Su afición por el tango y, en particular, por el bandoneón, apareció a temprana edad, cuando imitaba los movimientos de su abuelo que formaba parte de una orquesta típica. Pero fue en ese límite incierto entre la adolescencia y la juventud cuando descubrió que la música no provenía de dedos ágiles, sino del corazón y, principalmente, del dolor. En medio de una clase de solfeo cayó en cuenta de que esos estudios prácticos no tenían sentido, llamó "prestidigitador de cuarta" a su profesor y lo abandonó para siempre, dando un portazo, para dedicarse de lleno a actividades sufrientes, fuente de la única y verdadera inspiración.

Fue así como, a partir de ese día, se esforzó en enamorarse de mujeres imposibles que lo rechazaban con vehemencia y, en ocasiones afortunadas, hasta llegaban a ignorarlo, que es la forma capital del desprecio. Se rodeó de amistades que practicaban la ingratitud. Sintió admiración por desmemoriados que lo condenaban una y otra vez al olvido.

A Remigio se lo suele encontrar en boliches de mala muerte, tocando el bandoneón para borrachos que apenas le prestan atención. Considera que desperdició su vida, mientras sus dedos bailan un tango sobre los botones y el fuelle suspira amargura.

Alguna vez escuché su melodía entre el humo de los cigarrillos que nubla su existencia. Lo peor del caso es que no estoy seguro de que su música sea buena.