jueves, 30 de octubre de 2008

De espejos y reflejos

En un intento por lograr que estos textos le resulten agradables a un mayor número de lectores, decidí escribir un artículo múltiple (de algo tenía que servirme esto de tener muchas personalidades, disputándose constantemente el dominio de mi voluntad). Y supuse que la multiplicidad sólo era concebible a partir de los espejos. Quienes prefieran no perder tiempo en preliminares, pueden lanzarse directamente a la lectura del relato, saltear la bastardilla e internarse heroica o perezosamente en terrenos desconocidos. Aquellos que, en cambio, prefieran prepararse para la expedición, deberán leer estas instrucciones, de principio a fin.

Instrucciones para leer un texto múltiple

1) Los lectores que no tengan demasiado tiempo, podrán optar por leer sólo las palabras que están en negrita y bastardilla y continuar con sus vidas y sus asuntos personales de inmediato. Cabe aclarar que esta clase de lectores son los que se encuentran más alejados de mi estima.

2)
Los lectores que estén aburridos o estén haciendo tiempo para salir del trabajo o, si son más afortunados, encontrarse con una señorita (un señor, en su defecto) podrán leer la historia completa y, luego, seguir sólo las palabras en negrita y bastardilla.


3)
Los lectores que deseen buscar otro tipo de interpretaciones , luego de seguir al pie de la letras las sugerencias del punto 2), podrán pensar largamente en los espejos. Éstos son superficies pulidas que nos devuelven una imagen exactamente igual a nosotros, pero invertida. Hay algo que no se ajusta a la realidad en el reflejo: la derecha es la izquierda y el este es el oeste.


4) Los lectores que deseen toparse con explicaciones metafísicas deberán observar las instrucciones del punto 3) y pensar que Borges (siempre queda bien citarlo: cuando menciono su nombre en una pizzería, todos los comensales dan crédito a todo lo que digo, aunque sea una verdadera estupidez) en su libro Zoología fantástica cuenta que antiguamente el mundo de los espejos y el de la realidad estaban comunicados y uno no era copia del otro. Pero las huestes del otro lado del espejo invadieron la Tierra. El Emperador Amarillo logró vencerlos y, por medio de un conjuro, les impuso el castigo de repetir los actos originales que se producen de este lado, como si se tratara de una ensoñación. Sin embargo, es sabido que los enemigos se librarán de su letargo y atacarán nuevamente la Tierra, esta vez para vencer. Podremos conocer la inminencia de la invasión cuando encontremos diferencias en el reflejo, cuando veamos la sublevación del pez -o tal vez del tigre- y cuando logremos escuchar los estruendos de las armas.

5)
Los lectores que se sientan aburridos por tanta explicación, podrán abandonar el blog de inmediato, si es que ya no lo hicieron.


6)
Los lectores que ni siquiera hayan entrado en este blog podrán continuar con sus vidas, tal vez más felices que los condenados a leer estas palabras.


De espejos y reflejos

En Occidente nos cuesta bastante trabajo distinguir a dos orientales. Esta particularidad la conoce cualquiera que haya entrado a un supermercado y haya creído ver al mismo hombre a comienzos y a finales de una góndola. La facilidad con la que se reproducen los mismos rasgos en distintas caras nos conduce al desconcierto.

Pero, aunque normalmente no lo admiten, los nacido en Oriente también tienen dificultades para reconocerse. Es sabido que en Japón y en otros países aledaños la infidelidad no es condenada, simplemente porque a veces ocurre como producto de una confusión (nunca falta el turista que aprende el método e intenta aplicarlo en su tierra, generalmente con poco éxito). El concepto de identidad es considerado un mito por unos y una utopía por otros. Dos ojos, una nariz y una boca dispersos en un rostro de manera siempre original son considerados un derroche o una impericia de la naturaleza, que se esfuerza en hacer hermanos idénticos y fracasa, quizás por distracción.

De todas formas, existen 23 millones de peritos (en Oriente ésta es una cifra escasa), capaces de distinguir las mínimas diferencias entre dos personas. Se trata de profesionales con el metódico talento de mirar aquello que el ojo corriente no puede advertir. Generalmente trabajan en departamentos de policía, donde los identikits no tendrían ninguna utilidad si no fuera por su obstinada colaboración. El experto más eficiente de todos los tiempos se llamaba Xiao Liu y se exilió de Pekín por cuestiones de honor, según repetía con gesto melancólico a todo aquel que se lo preguntaba, mientras permitía que su atención se perdiera en el recuerdo y se negaba a dar más detalles:

- De mi país, sólo traje el presente. Mi pasado se quedó en China.

Se instaló en el porteño barrio de Flores, cuyo nombre le resultó siempre impronunciable hasta tal punto que en alguna ocasión se guardó dos flores en sus bolsillos, para mostrárselas a los taxistas y así indicarles, con menor esfuerzo, hasta qué barrio necesitaba ser transportado.

Con sus propias manos edificó un modesto supermercado con una habitación, una cocina y un baño en la planta alta. Los ambientes eran sumamente oscuros y húmedos, pero después de colgarles unas cortinas rojas con ideogramas amarillos, comenzó a llamarlos 'mi nuevo hogar'.

Su arte y sus destrezas no sirvieron de mucho en tierras de rostros obscenamente diferentes. Distinguir a Ecuménico de su gemelo era una tarea simple, porque Ecuménico, a diferencia de su hermano, había perdido el pelo con notable celeridad, lo que, a los ojos estirados de Xiao Liu, demostraba que el problema de la calvicie no era genético, sino de índole moral:

- Los pelados son personas inescrupulosas - afirmaba con sabiduría.
- ¡Eso incluiría al 70% de la población masculina! - le retrucaban personas de cabelleras exiguas.
- Por supuesto - sentenciaba Xiao Liu.

Una mañana, el despertador sonó con la naturalidad de siempre y el perito devenido en supermercadista, caminó los acostumbrados diecisiete pasos que separaban su habitación del baño. Se acomodó frente al botiquín mientras empuñaba el cepillo de dientes y conoció por primera vez el espanto. Cientos de diferencias le saltaban de la cara y Xiao Liu no pudo entender quién era ese extraño que lo contemplaba, con un horror semejante al suyo, pero completamente distinto.

Clausuró puertas y ventanas y se quedó agazapado en la oscuridad, después de destruir el espejo y correr a su habitación.

Los días pasaron y los vecinos del barrio de Flores, necesitados de leche y galletitas, se congregaron en la puerta del supermercado. Golpearon la cortina, pero no obtuvieron respuesta alguna.

El rumor del misterioso caso se difundió con rapidez y se instaló en lugares disímiles como el Centro Argentino de Yoga Yin y Yang. Sus miembros decidieron tomar cartas en el asunto e irrumpieron en el departamento de Xiao Liu. Primero se encomendaron al sol e inmediatamente después rompieron la puerta con un hacha. Lo encontraron acurrucado en un rincón. Hablaron con él e intentaron hacerlo entrar en razones. Le explicaron que el espejo siempre devolvía diferencias, pero no por malignidad, sino porque el tiempo nos imponía transformaciones. Novedosas arrugas surcaban nuestras caras, el pelo perdía su color, nuestros movimientos se volvía lentos y torpes y nuestra voz perdía su firmeza.

Xiao Liu reflexionó unos instantes. Hizo una pausa, en apariencia, interminable y finalmente se puso de pie. El presidente del centro de yoga lo contemplaba, satisfecho, hasta que el oriental se arrojó sobre él y sobre toda su comitiva, con una violencia inusitada, para expulsarlos de su departamento, al grito de que la revelación de ellos era mil veces más aterradora que la idea de que una imagen desconocida hubiera usurpado el lugar de su reflejo:

- ¡Ninguna noticia podría ser peor! - vociferó, mientras los practicantes de yoga intentaban lanzarse escaleras abajo, para ganar la calle y ponerse a salvo de la furia de Xiao Liu -. ¡La suplantación era horrorosa, pero tenía remedio! ¡El paso del tiempo, en cambio, es una fatalidad! ¡Monstruos! ¡Monstruos!

Xiao Liu jamás volvió a abandonar su habitación y, al poco tiempo, el barrio y el mundo entero terminaron olvidándose de él.

martes, 28 de octubre de 2008

Un nuevo premio

Hace ya un par de meses tuve la peregrina idea de abrir este blog. Cualquiera que haya seguido mis pasos sabe que la primera dificultad es lograr atraer a los desconocidos. En principio, uno recurre a todo tipo de métodos viles, como prometer cinco pesos por una lectura, suplicar de rodillas y mostrar un certificado médico apócrifo que asegura que uno padece toda clase de enfermedades terminales (para un hipocondríaco sostener esta mentira supone un esfuerzo y un peligro desmesurados). En medio de esa desesperada lucha por lograr visitas, también uno participa en concursos.

Ayer, me enteré de que uno de estos concursos había anunciado a sus once finalistas. Con una conexión lenta y con mucho nerviosismo, quise comprobar si Divagaciones y otras fobias había logrado tal distinción. Me interné con rapidez en el sitio The Bob’s, que siempre me resultó un poco incomprensible, quizás por propia impericia o tal vez porque hay demasiada información que no estoy dispuesto a leer. Links por arriba y por abajo, una terrible multiplicación de textos, imágenes grandes y páginas que tardan largos minutos en descargarse. Y yo (que por temor a perderme tengo tendencia a atarme a un hilo antes de ingresar en los breves laberintos previos a las vías del tren) no me siento cómodo navegando en forma circular. Cuando un sitio web me resulta confuso, me dejo guiar por mi instinto que me conduce una y otra vez hasta al punto de partida.

Investigaba, entonces, el monitor con poco éxito y el corazón acompasaba mis clics. Entiendan que no todos los días uno se enfrenta a la posibilidad del reconocimiento, la ovación o el aplauso. Sean conscientes de que, hasta ayer, el único grito de aliento que había recibido era un ‘¡boludo!’ nacido en la boca de un automovilista que me hizo notar que no había prestado atención al cruzar la calle. En realidad, sí había prestado atención, pero lo había hecho en sentido contrario, del que no podía venir ningún auto, a menos que lo hiciera a contramano.

Después de revolver ese sitio y otros, desordenando la búsqueda con el mouse, di con los nombres de los nominados. Con una mezcla de orgullo, felicidad y asombro comprobé que este blog, de apenas tres meses de edad, ha sido elegido para formar parte de los 956 sin posibilidades de alzarse con el premio. Es decir, perdí como en la guerra.

Tal vez mi reacción les resulte incomprensible. Quizás tengan ganas de sacudirme para hacerme entrar en razones. ¿Por qué parezco contento en la derrota?

Yo sé que no soy más que un personaje, adherido con fuerza al vidrio de sus pantallas. Y si algo me ha enseñado la literatura es que los únicos seres dignos de ser queridos y recordados, no son aquellos que obtienen el reconocimiento del mundo, sino los parroquianos del fracaso.

Los que luchan sabiendo que van a ganar, merecen nuestro mayor desprecio. Son meros fanfarrones que desean engalanarse con la gloria. Tampoco merecen nuestro afecto los que tienen la esperanza de ganar y el temor de perder. Ellos son simples especuladores, provistos de máquinas de calcular para descubrir cuál es el riesgo y el beneficio de toda empresa. Los verdaderos héroes, en cambio, estamos conscientes de que el destino nos depara una nueva frustración en cada esquina y con hidalguía nos lanzamos a una batalla que sabemos perdida de antemano, dispuestos a cobrar cara nuestra derrota.

Sin una palmada en el hombro, me aferro a la memoria de ustedes. Hoy no necesito otra cosa.

viernes, 24 de octubre de 2008

Algo de mi familia

Mi edad y mis circunstancias me dejaron sin un día especial. Ya estoy grande para celebrar el día del niño; no tengo hijos, por lo que no festejo el día del padre y, entre cambios y resignaciones, me fui quedando sin una fecha digna de ser esperada o recordada.

No obstante, nací un 10 de noviembre y, una vez por año, algunas personas leen mi nombre en sus agendas y me dedican un llamado telefónico. Otros, más osados, se acercan y me tiran de las orejas (costumbre objetable y totalmente injustificada que quizás existe para compensar la bronca de quienes se vieron obligados a gastar su dinero en un regalo).

Es cierto que mi cumpleaños me deprime desde los once años. Pero, a pesar de eso, en el almanaque la fecha me resulta extraordinaria. Bueno, al menos hasta hace tres años.

Mi hermana estaba esperando a su hija para el mes de diciembre. Sin embargo, una mañana los médicos decidieron adelantar ese nacimiento y hacerlo coincidir con el mío. Suceso extraño, si tenemos en cuenta que había 364 opciones diferentes. Podrán imaginarse que la escena de un tipo de treinta y pico soplando una velita es bastante menos atractiva que la de una nena que mide menos de un metro haciendo la misma operación. Por eso, primero se le canta el feliz cumpleaños a ella y sólo entonces se concentran en mí, vuelven a encender la velita y arranca la desafinación conjunta. Hace tres años que mis velas son usadas y color rosa.

Me arrebataron mi infancia, mi condición de estudiante y también mi nacimiento. Estoy pensando en dedicarme a las abejas, que son previsibles. Hacen miel y no traen mayores complicaciones. Entran y salen del panal. Así de sencillo.

¿Alguien sabe cuándo es el día del apicultor?

miércoles, 15 de octubre de 2008

Para ser un mal tipo

Hace un tiempo que quiero hacer un cambio drástico en mi vida. Harto de una rutina que no me conducía a ningún lado, una mañana, mientras tomaba mate, decidí empezar a ser una persona soberbia. Por extraño que parezca, eso fue lo que pensé mientras cebaba:

- ¿Y si me hago arrogante?

Pero para ello, no podía dejar nada librado al azar. No hay nada peor que un soberbio indeciso, débil, así que durante meses estuve practicando miradas de desprecio frente al espejo. La mirada de desprecio no es fácil de reproducir. Tiene que atravesar a la víctima y dejarla con un odio glacial. Y mis esfuerzos rindieron sus frutos, porque una medianoche logré que el botiquín del baño me devolviera un gesto que me dejó lleno de odio contra mí mismo.

Como no soy bueno imporvisando, también escribí una serie de respuestas ante situaciones hipotéticas, para poner en su lugar a impertinentes que pudieran atravesarse en mi camino. Estaban las clásicas "cuando vos vas, yo ya fui y vine varias veces", "¿sabés cuánto te falta para poder pasarme?" y otras que fui recopilando: "tú no has ganado nada", "con seis personas como vos, hacemos medio cerebro", "el día que los boludos vuelen, vas a tener que comprarte un radar" y "¿sabés cuánto se atrofia mi cerebro cada vez que te escucho?".

Pero claro, no podía ser arrogante sin el respaldo de un éxito, aunque fuera mínimo. Mi objetivo era generar indignación a mi alrededor y no mover a risa. Mientras pensaba en qué podría destacarme, me llegó el mail que me anunciaba la premiación de mi blog, hace apenas una semana. Me froté las manos, mientras lanzaba una mirada imitada que ya me estaba resultando natural:

- A partir del premio, voy a ser reconocido en este ámbito. Y con ese reconocimiento, podré empezar a maltratar a todos. Primero a mis lectores, lo que me reportará más respeto. La gente cree que la agresividad es sinónimo de insumición. Entonces cada vez habrá más curiosos por estos pasillos de Internet y yo podré mostrar mayor virulencia a una mayor cantidad de espectadores. Y mi arrogancia todos los rincones - decía, mientras golpeaba una mesa.

- Pero también podés ser famoso y humilde - me sugurió una amiga.

- ¿Pero para qué? - le pregunté, mientras me miraba en silencio.

El problema fue que si bien ese día ingresaron más personas de lo habitual (fueron 53 usuarios insistentess que pasearon sos ojos por mis textos), al día siguiente la carroza se convirtió en calabaza y volví a las cifras acostumbradas (pero qué rico puré me hice). Imagínense mi decepción: tanto soberbia derrochada. El destino me arrebataba el mínimo de popularidad necesaria para abocarme al menosprecio, para el que estaba altamente capacitado.

Esa noche no pude dormir y en medio del insomnio, después de enroscarme en las sábanas una y otra vez, resolví llevar a cabo mi plan, a pesar de la contingencia que había sufrido. A la mañana siguiente me desperté muy temprano, antes que sonara el despertador, y me dirigí al bar de la esquina. Entré y cerré con un portazo. Los clientes y los mozos me miraron. Muy bien, pensé. Ya logré captar su atención:

- ¡Mozo, a ver si me limpia la mesa! - exclamé con voz ronca y gruesa antes de sentarme. E inmediatamente empecé a soltar las frases con la misma naturalidad que había aprendido en mis horas de ensayo. Diez minutos después, tres mozos con moños y chalecos negros se me tiraban encima y me arrastraban hacia la puerta bar, mientras los clientes arengaban desde sus mesas.

- ¿Saben quién soy? - les gritaba - ¿Saben quién soy?

Evidentemente no lo sabían porque me dejaron tendido en mitad de la vereda, con el servilletero en la boca y bañado de café con leche, bastante caliente, por cierto.

Después de este episodio, decidí volver a mi humildad de siempre. Al menos hasta que me tropiece con un éxito inmerecido (esto lo digo ahora, que tengo nuevamente perfil bajo) o, por lo menos, hasta que aprenda a defenderme yo solo de los tres de moños.

Si me ven por la calle, seguramente podrán reconocerme porque iré con la vista pegada a las baldosas, algo encorvado y sumiso, soportando en mi espalda mi inevitable destino. Pero sepan que, en mi caso, la humildad no es una virtud, sino todo lo contrario.

No cualquiera puede ser una porquería de persona.

sábado, 11 de octubre de 2008

El juego de las sillas

- Estés donde estés, siempre estarás en el lugar de otro.
- ¿Es la única forma de jugar al juego de las sillas?

Susana Giuliani decidió hacer algo en favor de su barrio. Utilizó todos sus ahorros y cambió el rumbo de su carrera profesional.

Ella era una nostálgica crónica. Recordaba cómo en su infancia había jugado con sus amigas en la vereda de su casa y veía que en la actualidad la situación había cambiado en forma drástica. Las calles se habían vuelto inseguras. Las madres entraban a sus hijos de un brazo y los ponían frente al televisor, con la firme convicción de que era mejor preservarles el cuerpo que la mente.

Susana creía que la alta tasa de criminalidad de esa zona del conurbano porteño podría ser reducida e incluso erradicada si se atacaba el problema de raíz. No hay que pensar a corto, sino a largo plazo, se decía mientras clavaba en la puerta de su oficina el letrero en el que podía leerse el nombre de su reluciente empresa: Los niños son el futuro, fiestas infantiles. Las veredas pueden recuperar su magia sólo si transformo a los chicos. Y si el asunto marcha bien, pronto podré abrir sucursales en otros barrios.

Su método publicitario fue bastante efectivo. Cientos de enanos, disfrazados de chicos, vestidos con pantalones cortos pero meticulosamente depilados, se distribuyeron en distintas plazas, parroquias, mercados y bingos y lloraron en forma simultánea, con un sollozo estudiado que movía a compasión. Al ser abordados por cualquier adulto, repetían:

- ¡Estoy perdido, estoy perdido! - y descubrían su rostro para expresar -. Pero puedo encontrar el camino hacia la felicidad si festejo mi cumpleaños en Los niños son el futuro, la primera agencia de fiestas infantiles con valores morales - y entregaban un folleto explicativo con el teléfono y la dirección de las oficinas de Giuliani. Cinco enanos salían de sus escondites y formaban una ronda en torno del pobre incauto, mientras entonaban un jingle pegadizo:

Aunque crea que este mundo es engañoso
y que es negro el destino, le aseguro,
como somos los niños el futuro,
nuestro tiempo será muy provechoso.

Las personas que habían ofrecido ayuda al pseudoniño se mostraban ofendidas y se alejaban protestando palabras como "engaño" o "estafa". Pero con el correr de los días, el episodio se tornaba divertido, incluso para las víctimas, y en poco tiempo todos los vecinos conversaban de los enanos y se preguntaban en qué consistiría esa empresa.

Susana esperaba junto al teléfono, que no tardó en sonar:

- Los niños son el futuro, fiestas infantiles, buenas tardes.

- Buenas tardes, llamaba para averiguar qué significa eso de las fiestas con valores morales.

- Realmente no podemos revelar demasiada información. Usted sabe, la competencia tiende a ser feroz y queremos ampararnos en el factor sorpresa. Pero le garantizo que después del festejo, los chicos sentirán una notable inclinación hacia el bien.

Escatimar palabras resultó el mejor ardid publicitario. El sábado siguiente, Susana había sido contratada para celebrar cuatro cumpleaños y, disfrazada de payaso, se disponía a dar comienzo a su ambiciosa actividad.

- ¡Chicos, Chicos! Primero vamos a hacer el juego de las sillas. Vamos a escuchar una linda canción y cuando la música se detenga, todos deberán correr para sentarse. Quien no lo consiga, quedará descalificado.

Los chicos se prepararon para alzarse con la victoria. Cada uno, confiando en sus capacidades, comenzó a caminar, alerta, alrededor de la ronda de banquetas. De pronto, la melodía se interrumpió y, entre risas, todos se lanzaron sobre los asientos. Pero para sorpresa de todos, ninguno quedó de pie e incluso algunos pudieron apoyar sus piernas en una silla vacía.

- Chicos, todos tenemos un lugar que nos está esperando. No es necesario pelear para conseguirlo. Recuerden que en este mundo, lo que sobran son sillas.

Francisquito Ramírez, el agasajado, miró a sus amigos sorprendido y éstos le devolvieron la mirada con gesto acusador. Un poco fastidiados, siguieron a Susana mientras colocaba una enorme bola pendiente de una lámpara. El siguiente juego sería la piñata.

- Uno, dos y ¡tres!

La enorme esfera cayó desde las alturas y estalló contra el piso. Disipada la algarabía de la explosión, los chicos comprobaron que el único contenido de la piñata era una neblina de talco.

- No todo lo que reluce es oro. Lo importante es el interior y no la superficie.

Susana sacó de una bolsa de arpillera bonitos premios que fue repartiendo en forma igualitaria.
Fue entonces cuando Ricardito Carona, el hijo del dueño de un almacén con aspiraciones a supermercado, alzó su voz infantil, en medio de la decepción generalizada:

- Yo no quiero que me den un premio. Yo quiero ganármelo. ¡Esto es aburrido! ¡Salgamos a jugar al jardín!

Todos los chicos obedecieron. Susana intentaba contener a esa horda enardecida, sin éxito, con la bolsa de arpillera colgando aún de su mano derecha:

- Francisquito, vení, hijo. Vengan todos.

A los diez minutos, Ricardito Carona les enseñaba a sus amigos cómo aplastar un sapo con un cascote, y cómo achicharrar hormigas usando una lupa y el atardecer como cómplices para que les quedaran las patitas de sombrero. Ante semejante espectáculo, Susana recordó, por primera vez en mucho tiempo, que su infancia en las veredas tampoco había sido tan alegre como ella suponía y que sus amigos de aquel entonces solían exponer con orgullo su crueldad.

Los padres rodearon al payaso y lo increparon. Lo acusaron de comunista con fines de lucro, dijeron que ellos no pagarían por ese desastre y que tenía diez minutos para abandonar esa casa, antes que llamaran a la policía.

Dos días más tarde Susana descolgaba el cartel de su oficina y volvía a clavar el anterior: Dra. Susana Giuliani, abogada penalista. Evidentemente el barrio no está preparado para mis ideas, pensaba, mientras martillaba con habilidad. Creo que deberemos seguir resignados a veredas sin chicos.

A los pocos días, la Dra. Giuliani tuvo su primer caso. Debió defender a un ex intendente, colmado de denuncias por malversación de fondos durante el ejercicio de su función y por acoso sexual a una docena de empleadas.

jueves, 9 de octubre de 2008

La preocupación por el original y mi inmerecido premio

Después de hablar de dobles, muchos de ustedes y yo mismo empezamos a preocuparnos por el origen. ¿Quién es el que dio forma a estas sucesiones de espejos?

La originalidad en nuestros tiempos parece ser una virtud. Pero no siempre fue así. Para Adán, por ejemplo, la originalidad no era un signo de distinción, sino una fatalidad. Hiciera lo que hiciera, no podía evitar que sus actos resultaran sorprendentes:

- Miralo al tipo, camina en forma bípeda - le dijo un animal a otro, mientras lo veían pasearse por el jardín.

Miguel Perales era un pintor de poco renombre, pero conseguía fugazzettas gratis a cambio de sus cuadros en La Colosal de Villa Crespo y probablemente no aspiraba a una fama mayor.

Una noche, inspirado por un vino patero de calidad dudosa, le apostó al dueño del la pizzería que sería capaz de cambiarle el color al letrero que se deslucía sobre la puerta de entrada. Crearía un rojo fuego jamás visto anteriormente por el ojo humano.

El dueño de La Colosal pensó que ya era hora de cambiar la fachada y estrechó la mano del pintor, para sellar el pacto. El artista se encerró en su taller y se dedicó durante días y noches a la elaboración de esa pintura original. Dos meses después, salió con una sonrisa grande y un balde en su mano derecha. Le pidió una escalera a un vecino y transformó el cartel con la precisión de su arte y sus pinceles.

El dueño de la pizzería estaba feliz con el trabajo y no dejaba de decirles a todos sus clientes que aquel color era completamente novedoso. Ante tal afirmación, un mediodía, un hombre de corbata impecable se puso sus anteojos y miró con atención. Extrañado, sentenció:

- Éste es el artículo R329 de Alba. La baranda de la escalera de mi casa tiene exactamente el mismo color.

Inmediatamente buscaron muestrarios y comprobaron que las palabras de este señor eran ciertas.

Miguel Perales fue desterrado para siempre de La Colosal de Villa Crespo y alcanzó gran fama en el mismo acto de ganarse muchos enemigos:

- Te juro que no sabía que ese color ya existía - me confesaba en otra pizzería en otro barrio -. Yo creé ese color y pinté el cartel, convencido de que estaba haciendo algo único e irrepetible. Lo peor de todo no es que ya no pueda dedicarme a pintar, pero las fugazzettas de acá son incomibles - concluyó mientras arrojaba su porción mordida sobre su plato.

Creo que ser original es demasiado difícil. ¿Por qué nos empeñamos en premiar al primero que hace algo? Miguel Perales hizo algo fabuloso: inventó un color que ya existía. ¿Está tan mal eso?

Estos últimos meses estuve bastante prolífico. Inventé la rueda, la escalera mecánica y una excusa perfecta para evitar ir a cumpleaños de personas que me resultan fastidiosas. Nunca recibí crédito por ninguno de estos tres descubrimientos, simplemente porque otros tipos, en forma totalmente accidental, nacieron antes que yo y copiaron una idea que yo tendría muchos años más tarde.

Villa Crespo no es un barrio para espíritus sensibles como el de Miguel Perales y el mío. La mudanza para mí, siguiendo los pasos del pintor, se está volviendo inaplazable.



Aprovecho este comentario para contarles que, tal como les anuncié, El blog del día ha decidido considerar que estos relatos merecen una distinción durante el día de hoy.

Les pongo el link, para que vean que no miento (en esto, el resto de mi vida está basada en mentiras) y les aclaro que estoy contento de este premio aunque no sea el primero en recibirlo.



Blog nombrado Blog del Día el 10/10/08

viernes, 3 de octubre de 2008

Yo soy otros, mi nombre es legión.

Dicen que en China los gemelos idénticos no llaman demasiado la atención. De todas formas, tuve en la escuela primaria dos compañeros (de rasgos occidentales en este caso) que habían compartido el vientre de su madre y la bolsa, seis años antes de compartir un pupitre en el colegio.

La maestra tenía serias dificultades en reconocerlos, pero había desarrollado un método que ella creía infalible: sus letras eran distintas. Entonces, les hacía escribir una frase en un papel. A Juan y a José (ésos eran sus nombres, tan poco originales como sus rostros) les molestó que alguien pudiera diferenciarlos con éste o con cualquier otro método, por lo que practicaron durante bastante tiempo y ambos pudieron copiar la caligrafía del otro (o al menos eso es lo que nos hicieron creer a sus compañeros, ya que, en rigor, nunca supimos si nos estaban mintiendo, y se hacían pasar por el otro con aptitudes de falsificador, cuando en realidad se trataba de ellos mismos).

Cuando terminamos la primaria, se cambiaron de colegio. Uno hizo un bachillerato y el otro un comercial. Aunque tal vez se suplantaron periódicamente y cada uno hizo la mitad de la carrera del otro.

Ser compañero de Juan y de José tuvo sus consecuencias. Yo tenía una novia a la que quería dejar, pero no podía hacerlo. Cada vez que le sugería que quería verla porque teníamos que hablar, como preámbulo de ruptura, me recibía en su casa con una pizza amasada por sus propias manos. Yo me excusaba con un "no tengo hambre", pero ella insistía, diciendo que la había cocinado para mí. Sintiéndome culpable, me sentaba a la mesa con la servilleta al cuello y atacaba la muzzarella sin piedad. Pero después de esa invitación, ¿no es una descortesía decirle a una persona que es mejor continuar nuestros caminos por separado? ¿No señala el protocolo que es de mala educación terminar una relación después de cenar?

Una tarde, hablaba con un amigo, que tuvo la ocurrencia de imitarme y provocó la hilaridad de las demás personas que se encontraban con nosotros. Al parecer, su imitación era perfecta. Fue entonces, cuando recordé a Juan disfrazado de José. Mandé a mi amigo a casa de mi novia y no tuvo ningún reparo en abandonarla desde el portero eléctrico, haciéndose pasar por mí.

De esta forma, con cierto dolor, descubrí que mucha gente hacía muchas cosas mejor que yo. Una madrugada me encontraba sumergido bajo miles de apuntes. Tomaba café para mantenerme despierto y estudiaba para rendir un parcial de Lingüística. Chomsky y sus secuaces se empeñaban en escribir cosas incomprensibles. Mientras pensaba si era buena idea abandonar la materia y, por qué no, la carrera, recordé que un amigo mío había rendido con éxito ese final. Él no era ni parecido a mí ni podía imitar mi voz y mucho menos mi escritura. Pero Lingüística es multitudinaria y para suplantar a otro no se necesita más que sentarse en un banco, cosa que mi amigo podía hacer sin dificultades Después de unas semanas, disfruté de un inmerecido diez.

A partir de ese momento, mis actividades se redujeron bastante. En lugar de hacer, me limitaba a buscar gente idónea: mandaba a un jugador profesional para que gritara mis goles en la canchita de fútbol 5 los días miércoles, mandaba a tipos más altos que yo para que sedujeran a mis futuras novias que me parecieran inalcanzables, mandé de vacaciones a personas que conocieran más idiomas, para que pudieran entenderse mejor con los nativos.

El reemplazo obviamente era temporal. Una vez seducida la mujer que me interesaba, aparecía yo:

- Estás distinto - me decían en algunas ocasiones.
- No, es que tengo mucho trabajo y eso me tiene un poco distraído. Pero no te preocupes que soy el mismo de siempre.
- No, pero no es sólo eso. Vos no eras morocho.
- La luz - decía con rapidez -. La luz a veces confunde la percepción - y daba una explicación física que había aprendido y distorsionado en una enciclopedia Larousse.

El problema es que, poco a poco, mis reemplazos empezaron a rebelarse. Una tarde comprobé que un tipo más musculoso que yo se había fugado con mi amor platónico de toda la vida. Ricardo Darín, que debía decir en su primer casting que tenía mi nombre, se arrepintió a último momento y mostró su documento en lugar del mío y así me privó del éxito de La carpa del amor, que me correspondía a mí. Perdí, injustamente, un Oscar; ascensos en el trabajo; la participación en un mundial de fútbol y otro de basquet (a pesar de mi modesto metro setenta), simplemente porque mis suplentes decidieron ser ellos en lugar de ajustarse al plan.

Los reemplazantes cayeron en cuenta de que su situación era inmerecida. Ellos hacían los esfuerzos y otro se llevaba la gloria. Se asociaron, se convencieron y trazaron un plan de lucha. Todavía continúan imponiendo los estragos de su complot. Y están dispuestos a llevarse, no sólo lo que ellos creen que les pertenece, sino absolutamente todo. Quieren descuartizarme y robarse mi destino, pedazo a pedazo.

La traición de los reemplazantes no tiene límites. Incluso, debo confesarles, que éste que les escribe, no es Martín, sino uno de sus ignotos suplantadores.

Una de cal y otra de arena

El otro día recibí un correo electrónico de un sitio web que distingue con un link todos aquellos blogs que considera interesantes. Por uno de esos grandes misterios Divagaciones y otras fobias recibirá una mención el día 10 de octubre.

Todas las personas que, con o sin talento, tenemos algún tipo de aspiración literaria, cuando valoran nuestros escritos consideramos que al fin se hizo justicia y cuando somos ignorados pensamos que el concurso estaba arreglado y que seguramente ganó el cuñado de uno de los honorables miembros del jurado. En este caso, el sitio web del que estoy hablando, destaca un blog por día. Supongo que ya se les terminaron los familiares, empezaron a premiar en forma indiscriminada y yo me veo beneficiado por esta circunstancia.

Entusiasmado, como todo aquel que recibe un premio, pensando frases célebres como "se lo dedico a todos aquellos que creyeron en mí", palabras que nunca pude utilizar ya que nunca nadie creyó en mí (y lo bien que hacen). Intenté ver el sitio que había decidido que el 10 de octubre fuera mi día. Escribí la dirección, apreté Enter, con soberbia, y después de unos segundos pude leer que Internet Explorer no podía conectarse y me recomendaban una serie de soluciones incomprensibles o que intentara más tarde. Obviamente, escogí la segunda opción.

Cabe señalar que "más tarde" adquiere distintos significados cuando uno está ansioso. De todas formas, tuve que interpretarlo en sentido amplio ya que el monitor me devolvía siempre la misma respuesta.

- ¿Cómo puede ser - me dije - que la única vez que recibo un premio - esta sentencia no es del todo cierta, ya que una vez gané una bicicleta con una tapita de Coca-Cola -, desaparezca el que lo otorga? ¡Definitivamente los dioses están en mi contra!

Creyéndome víctima de una maldición cósmica, intenté distintas soluciones. Hasta que comprobé que el único maleficio que me acecha es Fibertel, la compañia proveedora de Internet. Después de un par de días de frustración, logré contactarme por medio del viejo módem y el cable del teléfono y ahí estaba el sitio, tan visible como siempre. Por suerte descubrí esto antes de suicidarme o convocar a un brujo para que me pasara un sapo muerto por la cara.